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junio 01, 2008

The Chimney Sweeping

¡Dígame licenciada!
(O sobre cómo aprobar el examen y no desestructurarse en el intento)

Y sí, llegó en Enero el plazo fatal. Más de veinte ramos y una buena cuota de ansiedad eran los requisitos para dar el examen. Llenos de conceptos (algunos más dudosos que otros) de cursos pasados antaño; algunos que eran un cúmulo de lugares comunes plagados de buenas intenciones; otros que nos muestran cuán estúpidos somos; y los infaltables en que aprendimos que nuestras pifias son estructurales, dando así la fantástica excusa para no hacer nada al respecto. Fumándome hasta los dedos y recordándome entre aspiradas que si la violación es inminente, no hay más que relajarse y disfrutar, entré al calvario del examen, ante la promesa de la más absoluta embriaguez aquella misma tarde.

Es que la situación era desesperada. Casi un mes de estudio, en que nada de nada (piénsese lo que se quiera; total, nada es nada), hacía que uno admirase a esos pobres y superyoicos seres que se sumergen durante seis meses en los códigos penales, civiles y demases, para aprobar su propio examen. Se trataba de rumas y rumas de resúmenes que clamaban gimientes ser estudiados a la brevedad. Y cuando ya el complejo de castración se confundía con la desesperanza aprendida y el sueño REM parecía más una fábula kleiniana que una etapa del buen dormir, no quedaba más que caer presa del delirio y tal vez volverse un Schreber, a menor escala y con zapatos coquetos. Juro que la tentación de ver elefantes rosados con alitas cupidezcas, nunca fue tan grande. De hecho, cuentan las malas lenguas sobre quien, preso de un estado delirante, se arrojó a las calles gritando que se le había aparecido el mismísimo Coloma, revelándole que el falo está cerca. Otros aseguran haberse angustiado fantaseando que el pecho malo de Bernardita los devoraría al momento del examen. Y otros, aterrados hasta la locura por ver los penes-voladores-de-mamá-introyectados-en-la-vagina-interna-dentada-de-la-tía-Cucha, optaron por huir despavoridos e internarse en el exclusivo resort de La Paz (el electroshock se paga por separado). El resto de nosotros, pobres pero estructurados mortales, fuimos capaces de soportar, estoicos, los embates y vicisitudes del horroroso examencillo, sin que se nos notara mucho ni lo esquizoparanoide, ni lo tarados (porque hay que decirlo, estábamos todos en gran detrimento de nuestras facultades mentales).

Hoy, la proeza ya está realizada. Y si bien, todos son generales después de la guerra, hemos de admitir que prácticamente nos hicieron parir, sin anestesia ni consideraciones, aquel caluroso día de Enero. Porque no se trató sólo de eso, es que más allá de las preguntas insólitas (poco faltó para preguntar la marca de los calzoncillos de tío Piaget o el nombre del osito regalón de tío Winni-the-Pooh), más allá de lo cuestionable que pueda ser el examen (después de todo, ¿no aprobamos ya una vez todos aquellos ramos que majaderamente volvieron a preguntar?1), más allá de lo homérica que fue la tarea y de lo transatlánticas que hubieron de ser las defensas maníacas para soportar tanto circo; más allá de todo eso, damas y caballeros, se trató nada más ni nada menos, que de un experimento (bastante perversillo) de tío Armijo & boys para medir la tolerancia a la frustración de nosotros, ingenuos y zarrapastrosos estudiantes… Claro, todo es un complot, todo es una farsa para que pensemos que ahora sabemos más, todo es un engaño del gran Otro. ¡El falo está cerca, señores, está cerca!


1 Porque o una de dos, o el haber aprobado significa algo y nos dejan tranquilos, o no significa nada y, por lo tanto, pasar los ramos no es más que un trámite burocrático.

noviembre 01, 2007

The Chimney Sweeping

Fin de semestre
(O sobre cómo la queja neurótica puede ser útil cuando no se tienen mejores temas)

Hace un tiempo atrás un atormentado estudiante de Ingeniería (entendámonos, nadie puede ser feliz si en su malla curricular aparecen ramos con nombres tan ominosos como Modelos Estocásticos o Ecuaciones diferenciales parciales), me comentaba cuánto odiaba los fines de semestre; que mil pruebas diarias, que salvar el ramo-espantoso-ultra-pre-requisito-para-todo, que suplicarle al profesor malvado de turno para que no lo raje (cuentan las malas lenguas que uno empeñó algo más que la dignidad y el cinturón para conseguir el tan anhelado 3,95), que la tan odiosa, y ahora además confusa, toma de ramos, entre tantas otras tribulaciones ingenieriles (como la desgracia de no disfrutar de un paisaje agradable a la vista… psicólogos, ¡regocijaos ante tanta belleza! Nunca ganaréis como los ingenieros, pero sus maravillosas colegas siempre serán bastante más (ad)mirables).

En ese entonces, otrora adorable y encantadora estudiante de segundo año (juro que nunca me rasqué tanto la guata como en el entrañable y aburrido semestre de Psicología Social), no logré entender de qué me hablaba. ¿Que la Universidad es estresante? ¿Que hay exámenes? ¿Que hay que pelear por pasar los ramos? Recuerdo haberlo mirado con psicótica perplejidad y haberme sentido dichosa de estudiar algo tan placentero como Psicología. Es que más allá de lo bananera que pueda ser la Escuela o de lo pelafustanes que son ciertos ramos infames con sus múltiples evaluacioncitas de poca monta, que no valen más que una pelusa por ciento, nuestra carrera más parece un Resort freudiano horrendamente decorado, que un lugar estresante.

O parecía. Porque sí, señores, en cuarto año la cosa cambia (preparad, oh aún dichosos novatos, vuestros riñones para la bestial cantidad de café que consumiréis en un par de años). Es que sí, miles y miles de evaluaciones, oportunamente apiñadas en apenas dos, por cierto infernales, semanas. Y, por supuesto, la guinda: el Examen de Licenciatura en Enero, cuyo temario tiene mayor extensión que la lista de contactos telefónicos del Negro Piñera. Y como la irresponsabilidad es tan jodidamente atractiva y la desorganización y el despelote tan combinable con unos lindos zapatos, huelga decir que me topé con todo esto de repente; algo así como una suerte de tsunami académico, que no sólo está destrozando mis estrujadas neuronas, sino también mi vida social. Es que no hay tiempo para nada, ni para carretear como tío Freud manda; juro que hasta echo de menos una bien merecida caña. Y ni hablar de las necesidades básicas, de hecho, calculé que en las próximas semanas puedo ir sólo una vez al baño al día, dormir ciento veintitrés minutos y comer mientras hago las respectivas entrevistas para los múltiples trabajos que he de entregar, que por cierto se multiplican como conejos.

He llegado a niveles desesperados de estrés y hasta he considerado marcar 800-ROSSO para ver si él es capaz de detener esta locura. Si no resulta, tendré que apelar a la siempre confiable histeria y sus encantos, a bailarle a la Pachamama o a vender mi alma al mejor postor con tal de tener un día de 30 horas. De otro modo, estoy frita. En cuanto al tan temido Examen de Licenciatura creo que me lo tomaré con calma y aprovecharé esto del calentamiento global en alguna playa exótica de por ahí y estudiaré mirando a estupendos mulatos (y atléticos ¡no olvidemos lo fundamental!), con piñas coladas en mis manos. Después de todo, señores, si la violación es inminente, ¡relájate y disfruta!

octubre 01, 2007

The Chimney Sweeping

Primavera histérica
(o sobre cómo me enamoré de la Psicología Laboral)

Honorable público me complace anunciarles que ha llegado, tras una agónica, aunque no tristemente célibe espera, la época regalona de toda histérica y perversillo amoroso; el tiempo en que por fin el falo es nuestro o, al menos, es susceptible de serlo. Así es, damas y caballeros, ya está aquí la tan añorada primavera; tiempos dichosos en que no sólo la vestimenta se vuelve más ligera, sino también la conducta. Aquí aparecen los ayudantes licenciosos ávidos de ingenuas novatas, los tirantes seductores que se deslizan por los hombros y los coquetos zapatos que causan furor entre los sempiternos perversos de turno. Y como love is in the air hasta el más detestable de los engendros encuentra a su pierna peluda.

En este contexto, y aprovecho de pasarles el dato, adorables señoritas, descubrí hace algunas semanas al nuevo sex simbol de estas tierras (lo siento Coloma), al que llamaremos Mr H. (1) o sobre cómo me enamoré de la Psicología Laboral. Por esas cosas del destino figuraba en el momento preciso y en el lugar indicado cuando apareció el personaje en cuestión. Sólo lo definiré como la antítesis de la desesperanza aprendida ante el paisaje masculino de estas tierras: ¡es carne de gallina gorda, jamón serrano de medio! Poco sabré de Lacan, pero he de decir que encantada dejaría que este sujeto fuese el amo. De hecho, así da gusto recrear la vista por estos lares (¿se tratará de una estrategia de Rosso para que vayamos a clases?). Es que hay que decirlo, mientras que los psicoanalistas tienen el falo, Mr. H. tiene todos los atributos accesorios a él. ¡Y cómo los luce, caray! Sin duda sería interesantísimo asistir a sus clases (con la boca cerrada, para no parecer tan estúpida y, también, por un asunto de dignidad) a observar con agrado cómo profundiza en la materia.

Mientras lo miraba invistiéndolo libidinal y lascivamente, me di cuenta que tanto descaro habría de poseer causas misteriosas, no atribuibles únicamente al cambio estacional, al síndrome de abstinencia o a la envidia del pene. La clave del asunto fue dada unos días más tarde, cuando no era sólo yo la psicópata voyerista, ya que la fascinación había adquirido rápidamente ribetes mayúsculos, conformándose un grupillo no menor de mujeres con los ojos desorbitados y bocas curiosamente babeantes, que por supuesto hacían que todo el malvado lenguaje meltzeriano pareciese una adorable pelusa al lado de sus propias fantasías inconscientes. Fue en ese momento en que me di cuenta que todas proveníamos de colegios de puras mujeres, lo que podría explicar tan impúdicos miramientos. Sin duda se trata de una formación reactiva, después de todo, crecer con tanto estrógeno alrededor hace añorar una buena dosis de testosterona circulando (y si el envase es tan fantástico como en este caso, cuánto mejor). ¿Y reacción a qué? A que en nuestra adorable e inocente época de colegialas (aclaremos, nuestra época escolar aún estaba lejos de Nati y sus afanes bucales), implicó necesariamente que hayamos sido castradas sexualmente. El asunto es simple: no había falo cercano que fuese objeto de nuestro deseo y, por tanto, nos vimos forzadas a reprimir y recién hoy pueden salir a flote nuestras más salvajes pulsiones de vida (2).

Pero como no hay mal que dure cien años (ni vena que aguante), he decidido vender mi alma, renegar del psicoanálisis y marcharme al mundo laboral. ¿Quién sabe? Quizás tenga suerte. Es que por nada me pierdo cierto curso de profundización...


(1) La referencia es obvia, aunque en mi favor he de decir que no sólo hot empieza con H.

(2) ¿Y desde cuando tan mojigata Miss O? Diga las cosas como son: descarnadas y furiosas pulsiones sexuales.

agosto 01, 2007

The Chimney Sweeping

Insertar Título coqueto
(O sobre una noche femenina en un bar)

Una de las cosas que detesto –que visceralmente detesto– es la psicología de sobremesa, de programas de bajo presupuesto y de Revista Ya. Esa psicología plagada de lugares comunes, angelicales intenciones y frases de buena crianza. Se me revuelven las tripas cada vez que oigo a un ingeniero repetir las burradas que dijo el psiquiatra/astrólogo en la revista Corazoncito, como si fuese la verdad revelada. Detesto con el alma que, hoy por hoy, todos se crean doctores en Psicología, apelando a superficiales y dudosos conceptos escuchados al pasar.

Pues bien, hace un par de días estaba en un bar con dos amigas de la Escuela; psicólogas que habíamos odiado la sección abracitos de Teoría Humanista y que, fascinadas por el glamour del psicoanálisis, figurábamos ataviadas al decimonónico estilo vienés (1). Debatiéndonos entre la envidia del pene, el daiquiri y el significado oculto de la paja y el limón de la piscola, apareció un espécimen digno del reparto de Alguien te mira, y no precisamente por tener una humanidad parecida a la de Rudolphy, que majaderamente insistió en sentarse con nosotras. No sé si habrá sido por las condiciones etílicas o una conjugación de los astros, conspiración de los dioses o avatares de la Pachamama, que él terminó haciéndonos un psicoanálisis barato y explicándonos por qué los loables principios de la Economía, mezclados con las enseñanzas de la tía psicóloga de Pasiones y la física cuántica en Marte, se aplican para entender cómo msn es un atentado para la comunicación entre los lobos marinos y los fetos de jirafa. Huelga decir que estábamos más aburridas que acuario de almejas y que nuestro narcisismo ya no era alimentado por este peculiar engendro. Por tanto, decidimos castrarlo simbólicamente (valga la aclaración: castrarlo realmente hubiese sido una afrenta contra la estética y, de paso, contra la moral y las buenas costumbres), de modo que el personaje se diera por enterado que su falo no era objeto de nuestro deseo.

Más allá de nuestras risas posteriores, concluimos dos cosas: primero, que la próxima vez que aparezca un sujeto sacado de guión de Tim Burton, optaremos por decir que somos un trío frustrado de lesbianas amargadas, que odian con locura a todo poseedor de una semiautónoma protuberancia colgante. La segunda conclusión, tiene que ver con la aversión por los nuevos PhD mula de Sicología (sic), graduados de la Universidad Ya y del Instituto Horóscopo Farandulero (2). Así, concluimos acerca de las bondades de emprender una cruzada contra la Psicología de Bolsillo.

Hoy estamos ávidas de adeptos: sólo se requiere una encantadora arrogancia, un hígado destrozado por el alcohol y cultivar el estilo vienés... sobre todo, cultivar el estilo vienés.


(1) Lector distraído o adorable novato, el estilo vienés hace referencia a la Viena de Freud y versa sobre un estilo adoptado por los psicoanalinitos de la Escuela, es decir, ropa ligeramente formal y usualmente oscura, para generar una imagen de intelectual misterioso (también hay lanas, pero eso es ya otra histeria).

2 ¡Llame ya! ¡Le ofrecemos un océano de conocimientos con un centímetro de profundidad!

junio 01, 2007

The Chimney Sweeping

Un ejemplo del Test de Rorschach
O sobre el poder seductor de los test proyectivos

Rorschach, palabra impronunciable para toda histérica promedio cuya lengua esté trabada; espléndido test para el inconfundible narcisista que precisa que le digan cuán maravilloso es (¡si supieran!). Y, pensando en el imaginario colectivo, se trata, sin duda, de uno de los distintivos más característicos de nuestra amada disciplina. Todo el mundo conoce el clásico “test de las manchitas” y para ninguno es indiferente qué pueda significar ver microondas volando, sangre desparramada u órganos sexuales de burro.

Pues bien, he de confesar que hace un par de semanas, un adorable psicoanalista, me pasó estas fascinantes diez láminas. Llegué seductoramente ataviada –ya que la liebre puede saltar en lugares insospechados, ¡y qué liebre era ésta, caray!–, a su consulta, ubicada en un coqueto barrio de Santiago, Este híbrido de uncle Freud y Apolo moderno, me invitó a pasar y, luego de haberme sentado y cruzado sugerentemente las piernas, me pasó la primera lámina. “¿Qué podría ser?” “Lo que tú quieras”, contesté orgullosa de mi ingenio, mientras noté cómo se le subían los colores... y quizás también alguna otra cosa.

Hubo láminas tremendamente perturbadoras, y otras, en cambio, sorprendentemente proféticas. Creo que fue en la tercera, en que vislumbré mi futura cita romántica con esa guapísima versión de Bion: definitivamente éramos los dos, sentados a la luz de las velas (por lo rojo), porque una de las personas representadas, sin duda, estaba en actitud coqueta y la otra tenía pinta de galán. Había una, diría que la cuarta, que era igual a un oso de peluche (por lo peludito) que me regaló mi siempre adoradísimo padre. Hubo otra que era espantosa, horrenda, ominosa, y sólo recordarla hace que se me crispe la piel; una que tenía una parte alargada y amenazante, y otra más redonda y con una hendidura profunda y oscura. So I began to explain what I saw, when the lovely young Coloma 2.0 was looking at me with a funny face: he said that my arm was absolutely paralyze and my words were quite strange... luego me desmayé. Las últimas, sin embargo, las de colores me encantaron y parece que a este Winnicott chileno también, porque cuando le conté que suelo usar colores tan brillantes como ésos en mi ropa interior, alcancé a notar un atisbo de acaloramiento en su cuello: una especie de vena hinchada y curiosamente palpitante.

Al terminar, después de casi dos horas, me despedí deslizando ligeramente mi mano por su espalda, mientras con la otra le metía un papel con mi número de teléfono en el bolsillo de su pantalón. Es que si en el Rorschach uno queda prácticamente en pelotas, sobre todo si es frente a la versión masculina y mejorada de la Klein, debía aprovechar el tiro y procurar que me invitase a comer y a bailar (casi lo mismo que sucede con las visitas al ginecólogo, pero eso ya es otra historia).

Es que sí, señores, el Rorschach no es indiferente para nadie. Sus coquetas formas, su adorable simetría y el seductor poder que se tiene al conocer su significado (psicólogos de cuarto año: regocijaos al tener la verdad revelada y el arma poderosa para leer mentes). Por mi parte, aún me falta la sesión de devolución, que será esta noche, with my charming psychoanalyst, en su estiloso departamento...


La pobre Annita alucinó con esta lámina...

mayo 01, 2007

The Chimney Sweeping

Especulaciones forzadas
O sobre una adorable Colomina

Pues bien, mientras escribo estas líneas, figuro en uno de aquellos abyectos ramos, cuya capacidad para elevarte a la ionosfera supera con creces la de ciertas yerbitas tetrahidrocannabinolosas, aunque claro, sin sus efectos lúdicos asociados. Así, cuando la asistencia es inevitable y el aburrimiento un requisito, se da el escenario perfecto para caer en el maravilloso ámbito de la especulación y montar mi teatro privado, imaginando mundos posibles al más fiel estilo de efecto mariposa. Ahora bien, no es preciso ir muy lejos para encontrar el material destinado al argumento del guión. Es que esta misma Escuela da para mucho; después de todo, es probable que no exista lugar que concentre tal variedad de peculiaridades. Y me remito sólo a su escultural cuerpo docente.

Las preguntas dan para largo. ¿O acaso me van a negar que jamás han pensado en las coquetas patillas hayesianas? ¿Qué tal será tener a la Ety como suegra? ¿Sabrá Reinoso que existe un fan club femenino en su honor? ¿Quién asesorará a Recuero en su modo de vestir? ¿Las laberínticas y horrendas pruebas de Rosas serán un experimento de Armijo para evaluar la tolerancia ante el sadismo? ¿Cómo habrán sido los años de estudiante de Bernardita? ¿Habrá sido el propio Cornejo quien corrió el rumor de un tórrido romance con la Marcela Vacarezza?

Y la cuestión de todas las cuestiones ¿qué habría sido de la humanidad si Coloma, en vez de ser Coloma, hubiese sido una adorable Colomina? Si consideramos que “la anatomía es el destino”, el tema no es menor, sobre todo si tan popular personaje usase tacos altos y rimel. Es que our lovely psychonalyst, todos lo sospechamos, habría sido una histérica de proporciones. Quién sabe, tal vez hubiera sido una especie de Melanie Klein wini-lacaniana, pero con estilo y encanto. Porque hay que decirlo, si alguien tiene estilo en la Escuela it is this psychonalyst: es cosa de ver su caminar pausado y el cuidado que pone al vestir, sus movimientos y tono de voz. Y sí, sin duda, hubiera sido el centro de atención indiscutido si, en vez de temerle a la castración, hubiese envidiado el pene. Quizás habría embobado al ganado masculino al pasearse por los pasillos fumando su pipa (¡ni hablar de su puro!) y bamboleando su graciosa anatomía, y es probable que sus clases se llenasen aún más, y que uncle Freud and Herr Heidegger hubiesen sonado de modo más sexy en sus supuestos féminos labios. Después de todo, el narcisismo femenino es canalizado, no con intelectualización, sino que con coquetería. Así, si el personaje en cuestión ya se maneja bastante bien en esas lides, ¡imaginad si su destino le hubiese deparado un cuerpo de mujer!

Entrar en aquel mundo posible, inevitablemente trae más preguntas ¿Qué tan malvado o bondadoso pudiese haber sido su pecho? ¿La entrañable Colomina hubiese sufrido de urticariosas parálisis conversivas al leer el DSM-IV? ¿Se habría convertido el psicoanálisis en su falo? ¿Habrían sido sus clases poseedoras de aún más histrionismo, asemejándolas así a un café concert cocolegraniano? ¿Hubiese resuelto la interrogante de Schreber sobre la idea de que habría de ser muy agradable ser una mujer en el momento del coit...?

¡Basta! Muchas preguntas quedarán eternamente en el tintero; ya he hablado en demasía y es el momento de comenzar a reprimir, after all, I see him every week, class by class...

abril 01, 2007

The Chimney Sweeping

Televisión Persecutoria
(O sobre la génesis de nuestro Otro infantil)

Temibles alaridos de espanto e indignación, al borde mismo del síncope, resuenan en las atormentadas gargantas de la generación que nos precede. Se lamentan horrorizados de la degeneración de la juventud actual: que la violencia en las calles, que los modales, que el vocabulario soez, que la forma de vestir, que la pérdida del pudor y del respeto, que la promiscuidad, que “qué diablos pasa con estos niños ¡caray!” Y la pregunta de rigor, después de todo cada uno se defiende como puede, ¿qué más esperaban?

Es que sí, es una patudez venir a pedir explicaciones ahora, cuando fueron ellos mismos quienes, en nuestra más temprana, tierna y adorable infancia, nos tiraron a los lobos. Así es, la televisión fue nuestro gran referente (¿Gran Otro?) y de ahí a la perdición hay sólo un paso. No exagero al decir que mi superyó es más parecido a Bart Simpson que a Mr. O., ni que mis relaciones amorosas tienen más que ver con el trío Anthony-Candy-Terry, que con la investidura libidinal de un objeto único.

Hay que decirlo, nuestra infancia fue ruda. Nos vimos expuestos a historias aterradoras. ¿Por qué eran todos huérfanos? Heidi vivía en Los Alpes con su abuelo pedófilo (¿o van a negar que se tiraba a Clara, la pobre niña cuica inválida y, oh sorpresa, también huérfana?); Angel viajaba por el mundo, con una gata machorra y un perro maricotas, buscando una flor de siete colores, que finalmente estuvo siempre en la casa de sus abuelos. O sea, si la flor está relacionado con lo sexual, ella estaba escapando de un hogar hipersexualizado (after all, the flower was there): díganme chango, pero este abuelo también se la tiraba. ¿Y qué me dicen de He-man? Toda una incitación al incesto; sí, él y su prima (que siempre le coqueteaba con unos míticos hot pants ajenos a toda celulitis) hacían más que salvar el castillo de Greyscol (eso sin contar los capítulos en que He-man gorrea a su prima con su hermana, la siempre rubia y estupenda She-ra). Mención aparte merece Marco (“no te vayas mamá, no te alejes de mí”) que, en pleno Edipo, viaja desde Italia a Argentina siguiendo a su madre (de dudosa reputación, por cierto), quien muere cuando el pobre crío la encuentra. ¡¿Qué es eso?! ¡Condenado a la psicosis de por vida (no olvidemos a su amigo imaginario)! Cuando por fin logra asumir que la señora en cuestión no es la mujer virginal que todo niño imagina, sino que también es puta (y bien puta en este caso), justo en el último capítulo, en el que nuestra ansiedad se fue acumulando cual culebrón de país bananero, la mamá de Marco se muere. Para Klein está claro, fueron los impulsos destructivos de este mocoso los que acabaron con su madre, por no poder aceptar que el pecho bueno (y el malo también) era compartido por varios hombres por una módica suma.

El acabose está en la canción de la cuncuna amarilla. Así es, la aparente inocencia de la metamorfosis, no es más que una historia de travestismo: la cuncuna, fálica obvio, miraba a las mariposas (¿o mariposones?) y quería ser como ellas, luego de dormir envuelto (sí, las vendas luego de toda operación), aparece de colores y sin falo. Sacad vuestras conclusiones.

Es que sí señores, nuestra infancia fue tormentosa y los resultados están a la vista. No es casualidad, después de todo, que una loca like me tenga tribuna número a número para decir este tipo de burradas. Todo es por algo...

marzo 01, 2007

The Chimney Sweeping

Sabiduría de vejez
Reflexiones histéricas

Y cayó, hoy se confirma la sospecha. No son las coquetas arrugas que empiezan a dibujarse, ni la odiosa gravedad, ni la súbita atracción hacia “los chequera”. Se trata de algo terrible: en la universidad hay más gente menor que yo, que mayor que yo. Formalmente soy una vieja.

Por ello, es preciso legar mi experiencia a las (aún) encantadoras e ingenuas criaturas que se integran al arte de la manipulación. Es cierto, sus peores miedos se harán realidad: no sólo terminarán “psico-hablando”, también darán consejos con palabras escalofriantes como insight, falo, histeria, analidad y narcisismo. Resígnense, pronto se reirán a gritos con tallas psicoanalíticas (el consuelo es que si fueran ingenieros gozarían con la curva de seno y la derivada de pi). Verán cómo dentro de ustedes aparecerá una Miss O. quien coqueteará compulsivamente con el profesor regalón de turno y más de alguna vez se sorprenderán haciéndole ojito al ayudante por motivos perversos. Los hombres se sentirán castrados al ver que ya son “una más” e intentarán reivindicar su masculinidad con comentarios heideggerianos o haciéndose ayudantes.

Es que sí, no hay caso. Aquí perderán la inocencia, saldrán a flote sus peores conflictos, se cuestionarán sus propios nombres y se atormentarán clase a clase, por si tienen tal o cual patología. Pero aún así, señores, habrán de descubrir lo fascinante que es estar acá, after all, is what we chose.

noviembre 01, 2006

The Chimney Sweeping

Confesiones Sobre Silvestre
(O sobre mis encuentros con el poder)

No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague. Se acaba el año. Se viene la locura de salvar el ramo pajero, que por fome jamás estuvo dentro de las prioridades. Empieza el verano y ese infernal calor santiaguino. Por tres meses se suspenden la histeria en las salas de clases y el maquiavélico coqueteo con los ayudantes. No más cafés despierta-muertos en la mañana, platos únicos, papas fritas grasosas y colesterólicas, Bernarditas y sucedáneos, pechos buenos, superyós en desusos, obsesivos, psicóticos, narcisistas, ególatras y arrogantes... En fin, se acaba el año y se acaba el CEPS.

Y a pesar de la espectacular pega que realizó nuestro querido Ceps, me veo en el deber -¡en la obligación incluso!- de contar un secreto que he callado durante bastante tiempo. Se trata de Silvestre. Así es, debo confesar un tórrido y descarriado affaire con tan estupendo gato.

Todo empezó en su cumpleaños, en que le canté Happy birthday Mr. President con voz sugerente, al borde mismo del orgasmo. Es que Silvestre provoca eso en las histéricas like me. Esa cola, esos movimientos de cabaret de poca monta, esas orejas fálicas, esos ojos seductores, ese cuerpo peludo: todo eso que inevitablemente lleva al just do it. Así, una cosa llevó a la otra y bueno, de pronto me encontré con Silvestre, en el CEPS, a puerta cerrada, mostrándome sus bigotes y sus talentos.

De esa forma fue pasando el tiempo. Nos encontrábamos donde fuera: en las salitas de la Biblioteca, en las canchas, en la N29, en clases de Psicoanálisis, en la fotocopiadora, en ese baño que está siempre cerrado por mantención, en la parte de atrás de la Cafeta, en la escalera fantasma debajo de la N14, en la oficina de Haye y en el Centro de Alumnos de Ciencias Sociales (sí, ese mismo que está junto a la N1).

Sin embargo, las cosas se enfriaron de sopetón. Un buen día fuimos sorprendidos por un neo-psi-conductista-cogni-sistémico-neo-conservador, quien no entendió la imperiosa necesidad de descargar las mociones pulsionales. Inmediatamente fui citada por el Gran Consejo Psico-puquiano, cuyas secretas sesiones se realizan en el desconocido módulo 11 cuando hay luna llena. Eran cinco sujetos encapuchados, de manos huesudas y voces crípticas. De nada sirvieron mis gritos, llantos, contracturas y desmayos: fueron inflexibles. Me obligaron a dejar nuestro affaire so pena de convertirme en el conejillo de Indias de los experimentos de Cornejo. Tiempo después supe que la verdadera razón de tal prohibición, fue que una mujer del alto mando le había echado el ojo a Silvestre y que, para llevar a cabo sus retorcidos planes sexuales con él, me debía dejar fuera del camino.

Pues bien, se está acabando el año y ya no veremos a Silvestre dando vueltas por ahí, con su aire poderoso y afrodisiaco. Ya no seguirá moviendo la cola y volviendo loca a todas las histéricas de la Escuela. Y sí, se está acabando el año y yo –charming Miss O– me voy de vacaciones. Quizás a la vuelta les cuente cómo me las arreglé para seducir al editor de este honorable pasquín y así continuar con esta columna.

See you next year!


En la imagen, Silvestre queriendo hacer de las suyas con las máximas autoridades de la Escuela.

octubre 01, 2006

The Chimney Sweeping

Psicópatas y Celos
O sobre qué pasa cuando dos histéricos se enamoran

Una cosa es cierta, toda histérica que se precie de tal debe tener al menos un psicópata que la acose. Y como yo soy la histérica por excelencia, a lo que va del año, ya he tenido tres. Nada mal ¿no? El asunto es que Future Mr O. –es decir, el novio– no ve con buenos ojos el asunto. De hecho, está espantado, aterrado y un tanto furioso. Y nótese, no me estoy quejando.

But, what manners are this Anna? Supongo que nada se me está entendiendo. Pues bien, primero lo primero. Este año he tenido tres psicópatas: uno que me acosa telefónicamente (es un tipo encantador, que me asusta un poco, pero que supongo que es demasiado tímido para dar la cara; un perversillo con ideas interesantes, aunque un tanto repugnantes, sobre lo que debe ser la cama), otro que me acosa todos los días jueves, sobre todo cuando figuro anteojuda leyendo textos atrasados bajo el sol (escena fascinante, pero un poco cliché) y un tercero que, según supe hace poco, sufría de perturbadoras fantasías sexuales cada vez que yo pasaba, haciendo resonar mis histéricos tacos, a su lado. Al parecer este último personaje, está en un estado incontenible y muy próximo al ataque. Interesting. I understand him. After all, I’m so desirable.

El asunto es que las cosas con Future Mr. O. últimamente han dejado que desear. Literalmente. Me he fijado que el personaje en cuestión ha empezado paulatinamente ha mirar a otras bitches. Y eso, señores, es intolerable. ¿Qué se ha imaginado? Yo debiera ser su único objeto de deseo: yo y nadie más que yo. Es decir, si existen tres psicópatas con dudosas intenciones, ¿por qué diablos este hombre no me mira a mí y sólo a mí? Yo debiera ser su universo ¡su todo! Y sí, se lo hice saber (condimentado, of course). La respuesta no se hizo esperar. Celos, y de los furiosos. Celos de aquéllos y de proporciones apocalípticas, situándome a mí donde debo estar, es decir, ser su único y absoluto objeto de deseo –sin dejar de ser deseada por los otros tres tipos–. Very good, Anna!

Réplica de Future Mr. O

Ok, pongámonos en el hipotético caso que hubiese tres psicópatas dando vueltas en torno a mi adorable Anna (no es que desconfíe de su conteo, sólo es que a veces sufre delirios de persecución con olor a motel). La supuesta escena de celos en la que fui el actor principal distó mucho de lo relatado. En efecto, el mundo lisérgico en el que se ve envuelta esta chica deseosa de ser deseada (la redundancia es a propósito para ahondar en el estilo operesco de la vida de Anna), la lleva a querer verse sujeta a innumerables deseos de otros seres, en este caso el deseo que más le importa, el mío (obvio).

Considerando lo fantasiosas que suelen ser las histéricas, sobre todo mi querida Anna, voy a contar qué fue lo que realmente sucedió. Todo partió cuando en la calle una mina me miró insinuantemente, sin embargo, Anna vio todo lo contrario y armó una tremenda casa de putas. Yo me largue a reír y le dije que qué culpa tenía. Eso pareció enfurecerla aún más y me largó de la nada: “¿Te creís muy rico acaso? A mí me psicopatean tres tipos en la universidad, tres tipos codiciadísimos que ya se los quisiera cualquiera”. Debo confesar que mi primera reacción fue reírme y decir: “claro, tu compañero fleto que te pidió el dato de la peluquería, el de la Biblioteca que te preguntó ‘¿en qué te puedo ayudar?’ y el tipo del estacionamiento en Patronato que te dijo ‘se lo cuido reina’”. Al ver que casi se desmayó con mi sarcasmo, no tuve más alternativa que lanzar un trabajado “era broma linda, sólo me preocupa que no te hagan daño”, a lo que respondió con cara sonriente y voz chillona: “¡ay! qué tieeeeeerno”.

A veces a Anna hay que dejarla ganar, en teoría claro, porque sé que la mina que me miró es mil veces más rica que los giles que la jotean en la universidad. Como sea, hay una cosa clara: con Anna hay que andarse con cuidado, nunca se sabe la bravatta que su fantasiosa mente puede lanzar.

septiembre 01, 2006

The Chimney Sweeping

El nuevo ataque perverso

El asunto es terrible. Terrorífico. Ominoso incluso. Tan espantoso es, que cuando lo descubrí, cuando todo calzó, tuve la peor de mis crisis histéricas: una contractura en el cuello y en la espalda, que hizo que en la noche del sábado terminara inmovilizada y chillando de dolor. El asunto es grave señores y es mi deber superar la represión y contarlo.

Siempre me ha llamado la atención cuando veo escrita la palabra Psicología sin P (es decir Sicología). Es como si le faltara algo, como si se lo hubieran robado o algo parecido. Es como degradar la palabra que designa nuestra carrera. Or something like that. In the other hand, y aparentemente sin relación, está la nueva ley antitabaco, que no sólo me ha usurpado mi amada cafetería y me ha convertido en la nueva paria social, sino que también ha eliminado progresivamente estos largos y blancos productos humeantes. Nuevamente hay algo que falta, algo robado.

“¿De qué habla señorita O.? ¿No nos contará de sus aventuras de coqueteos a profesores, ayudantes y en general a todo lo que se mueva?” Nada de eso. Insisto, esto es serio. Es que ambos hechos están íntimamente ligados. “¡Íntimo! Ésa es la palabra” pensé, y ahí hice click y lo comprendí todo: la respuesta es el falo. Así es, el falo, o más bien, la triste y lamentable falta de él… (it is so awful!). Analizando ambos hechos, se puede ver que la negación del falo es clarísima. En el caso de psicología, al quitarle su honorable P, lo que se está haciendo es castrarla. Grave, porque al castrar Psicología, no sólo se le quita el pene, sino que también se está negando la ley del padre, es decir, del siempre adorable uncle Freud. Lo que lleva necesariamente a renegar de su palabra, o sea el psicoanálisis, y a dejar tan loable materia de estudio en manos de inescrupulosos y crueles entrena-niños –¡parálisis, parálisis!–. Y en el caso de la nueva ley, es lo mismo. Se está prohibiendo la presencia fálica en la sociedad ¡se está negando el falo descaradamente y nadie hace nada!

La evidencia muestra claramente que hay un complot. Y no se trata de cualquier cosa; se trata de un complot perverso para renegar el falo a escala mundial. ¡Quieren borrarlo! Juro por Freud que quieren borrarlo. Y no se detendrán ahí. No. Sus planes perversos llegan a más allá de lo imaginable. Primero negarán el falo, prohibiéndolo u omitiéndolo. Luego vendrán los edificios altos, los camiones largos, los lápices, la cordillera de Los Andes, los aviones, los árboles, las zanahorias, el apio, las orejas de conejos, las antenas, los pepinos, los cuchuflís rellenos de manjar, los barquitos de madera y todo lo que tenga la sugerente forma alargada. Y cuando tengan el poder vendrá lo peor: nos perseguirán y nos obligarán a caminar agachados, porque nuestras posturas erguidas representan también el falo.

Y nos tendrán bajo su control. Y nos perseguirán. Y estarán en todos lados. ¡Están en todos lados! Aquí y allá y debajo de la cama y detrás de la cortina de la ducha. Atrás mío. Caminantes. Silenciosos. No hacen ruido. Puede ser cualquiera. Hay perversos por todos lados. Y adoptan formas. Y me persiguen. Y…

La señorita Anna O. ha sufrido una descompensación neurótica, con funcionamiento psicótico, de tipo paranoide. Se la encontró gritando que no le robaran el falo. [Nota del Editor]

ADVERTENCIA: el tabaco produce cáncer y la sicología puede provocar demencia.

agosto 01, 2006

The Chimney Sweeping

Exámenes e Histeria Conversiva
(Cuando “si la violación es inminente, relájate y disfruta” no funciona)

Debo confesar que, en mi encantadora y neurótica existencia, la histeria me ha sido en ocasiones de gran ayuda. Es que no hay quien se resista a una histérica que sepa usar sus atributos. Y con nadie, quiero decir nadie. Jamás he pagado tarifa completa en el transporte público: basta con saludar coquetamente y, si las cosas se ponen difíciles, cerrar discretamente un ojo mientras se paga rozando levemente la mano de la víctima. Nunca falla. Lo mismo pasa en las calles: a pesar de manejar como los mil demonios, no ha habido mortal que tenga el corazón de sacarle un parte a someone such lovely as me.

Y, sin embargo, aunque considero que una histeria controlada y fascinante puede ser beneficiosa para la salud –y sin duda también para la vida social–, me ha jugado malas pasadas. Sin ir más lejos, hace un par de semanas, un examen oral –no diré el ramo, pero sólo recordad mi debilidad por aquellos encantadores poseedores del saber, es decir, psicoanalistas– provocó en mí un nuevo ataque histérico. Es cierto, nada tuvo que ver con las parálisis de antaño, no empecé a hablar en ruso, cantonés o mongol –aunque quizás, para el nivel de burradas que dije, hubiese sido mejor–, tampoco me trasladé a tiempo pasado ni, muy a mi pesar, le coqueteé a you know who. Pero juro por Freud que el día anterior amanecí con un nudo en la garganta, que ese mismo día el nudo había crecido, que una vez dando el examen no sólo el nudo entrecortaba mi respiración, sino que también me dificultaba el habla y que, al terminar, el nudo desapareció y no volvió más.

Algún bienintencionado conductista me podría decir que sólo eran “nervios pre-examen-oral-de-un-ramo-fascinante” y que en sólo 2 sesiones me solucionaría el problema (“¡llame ya y le incluiremos además la cura de su fobia a los payasos charlatanes, completamente gratis!”). No obstante, si bien algo de nervios hay, la represión fue la culpable de todo. Podría explicarse desde el Edipo, ya que you know who tiene un gran no sé qué mezclado con un profundo aire paternal –he looks so much like Mr. O.–. O podría ser también la pulsión de muerte que mete su cuchara en los momentos menos apropiados. O quizás una manifestación inversa de narcisismo. O tal vez la transferencia...

Shit! Siento subir por mis brazos las cosquillitas de la parálisis. Maybe I said too much. Maybe I just need my favorite psychoanalyst. Where are you?

mayo 01, 2006

The Chimney Sweeping

El Porqué del Ayudante

Dicen por ahí que las cosas no son lo que parecen. Ejemplo de ello son los ayudantes. Es que una cosa sumamente encantadora de esta Escuela es que, a pesar de estar plagada de mujeres, los ayudantes son principalmente hombres. Very interesting for me. Y, si bien, no son un blanco tan perfecto como los profesores para los seductores dardos anna-o-ísticos, hay que admitir que también el poder es afrodisíaco.

What are you saying Anna? Es simple, el poder que tienen los ayudantes sobre nosotros es innegable. Después de todo, de ellos depende en gran medida cómo pasemos el ramo. No por nada a algunos se les suben los humos a la cabeza.

Ahora bien, algo que me intriga es ¿por qué tanto hombre se vuelve ayudante? ¿Qué hay detrás de ese amor por la enseñanza? ¿Tiene que ver con el poder o con el hecho de que sus ayudandos van a ser, en su mayoría, mujeres? Puede ser una mezcla de ambos. Puede ser que estos pobres hombres busquen sublimar sus pulsiones sexuales por medio de las ayudantías –no olvidemos que están entre estupendas e histéricas mujeres el día entero–. De esta forma, seguirían rodeados de ellas, siendo además el centro de atención. Este punto es sumamente interesante, ya que mientras nosotras pensamos que estos tipos son preocupados y adorables, lo que en realidad hay es un “joteador” sublimado. Entonces, cuando los vemos parados explicando la materia, siendo comprensivos y pacientes, debemos saber que los recorren los más brutales deseos reprimidos para con nosotras.

And power? El poder, señores, el poder es el segundo ingrediente para cumplir sus deseos. ¿Cuándo van a tener tantos ojos femeninos sobre ellos si no es en ayudantía? ¿Cuándo van a disponer de la posibilidad de tener varias mujeres en sus manos si no es al corregir sus pruebas, al resolver sus dudas? Así es, el poder que tienen los vuelve atractivos y buscados por decenas de mujeres cada semestre –y ellos lo saben–. Al ocurrir eso, sus deseos se ven sublimados: obtienen lo que quieren –ser deseados y admirados–, pero “haciendo una buena obra”.

Es que así son las cosas: nunca son lo que parecen.

abril 01, 2006

The Chimney Sweeping

El Buen Cuerpo Docente
(Apreciaciones histéricas para la excelencia formativa)

No es menor esto de ser la histérica por excelencia. Que el coqueteo aquí, que la risita por allá. Sí, me sale natural y lo cierto es que ni me entero. A fin de cuentas, siempre me dicen: “usted, señorita Anna, no hace más que calentar la sopa”. ¿Será que soy demasiado exigente como para tomar una sopa que no me agrada totalmente? ¿O es que definitivamente tengo una inconsciente relación de amor-odio con la famosa sopita? Es que es verdad, por más que yo quiera, todos mis tiros quedan en nada. Es inevitable: this is what I have become.

Now, the question is, why do I do all this?... Perdón. ¿Qué busca la histérica con su “coqueteo inconsciente”? Según tengo entendido, ella desea el deseo del otro. Es decir, quiere entre otras cosas, que la deseen. Por esto, para evitar la satisfacción, pone barreras entre ella y el otro. ¿Por qué lo hace? Porque la satisfacción, en este caso de a dos, implica necesariamente pasar a ser objeto de placer del otro. Y eso, la histérica no lo soporta… Es indigno ¿Yo un objeto? No way!

Por eso, y disculpen la indiscreción, no hay mejor blanco para mis histéricos dardos que los profesores de esta escuela. No hay nada que hacer: la inteligencia es afrodisíaca. Y en esto, psychoanalysts are the best. Se pasean con su aire de autosuficiencia, de grandes conocedores de lo humano, con mirada penetrante y, sin duda, bastante seductora. Lo interesante es que, por ser profesores, se mantendrán prácticamente imperturbables: no reaccionarán como el resto de los mortales lo haría. En rigor al menos, no intentarán acercarse. Mantendrán la distancia; quizás observando; ojalá admirando. Así, se forma un jueguito sumamente encantador para una histérica acérrima like me. Un tira y afloja en que vale cada mirada, palabra y movimiento, pero sin conducir a nada. Es todo implícito, sutil y elegante.

No hay nada planeado, no es que la histérica voluntariamente quiera hacerlo, pero de pronto se encuentra con que está luciendo su mejor tenida, precisamente el día que tiene clases con su nuevo psicoanalista preferido. Se ve a sí misma levantando la mano de tal modo que el chaleco se deslice por sus hombros; preguntando sólo cuando sabe que sonará inteligente; mirando, con una sonrisa, fijamente al profesor pronto a seducir. Y toda histérica que se precie de tal, ha jugado alguna vez, sugerentemente, con su lápiz, en primera fila. But that is too easy! Tocar al personaje en cuestión: he ahí la hazaña. Recuerdo, salvo que mis fantasías me engañen, la vez que rocé ligeramente a uno de ellos. A mis ojos, lejos el más atractivo, pues insisto, la inteligencia es la afrodisíaca.

Es que ellos tienen un “no sé qué” que los hace irresistibles. Si no, ask uncle Breuer and the charming Freud. They could tell you how I liked to heat their soup.

marzo 01, 2006

The Chimney Sweeping

¿Y después de Edipo qué?

Para ninguno de nosotros, futuros psicólogos –o psicólogos consumados o consumidos, según corresponda –es ajeno el complejo de Edipo, ya sea porque hemos oído de él, porque lo hayamos estudiado o porque la sospechosa relación entre un hijo y su madre nos lo haya recordado. Todos sabemos de qué hablamos al aludir al personaje de Sófocles. Y todos sabemos también que Freud fue quien, muy al pesar de señoras archiconservadoras y altamente escandalizables, sacó a la luz los intrincados dramas de los críos en su más tierna infancia. Es que son de temer; tras sus tiernas caritas se esconden brutales deseos incestuosos y álgidos instintos parricidas. Pero ¿y si Freud se hubiese equivocado? Edipo Rey, la magistral obra de Sófocles, terminaba en gran tragedia: Edipo, tras haber asesinado a su padre, descubría que Yocasta no sólo era su mujer, sino también su madre. Entonces ella decide suicidarse y él arrancarse los ojos. El asunto es que las trilogías no son invento moderno, y esta obra continúa con Edipo en Colono y Antígona. Justamente aquí, Erich Fromm hace su entrada, ya que Freud no se dio la molestia de seguir interpretando el mito, quedándose sólo en la primera parte.

Pues bien, Edipo en Colono trata sobre la lucha entre los hijos de Edipo por el trono de Tebas y cómo, cuando ellos van a pedirle ayuda a su padre, éste arroja todo su odio sobre ellos por pretender ocupar su lugar. En Antígona el panorama es similar: ella, hija de Edipo, rompe la ley y su tío, Creón, actual rey de Tebas, la castiga. El problema es que el hijo de Creón, al querer defender a Antígona, intenta asesinar a su padre, pero fracasa y se suicida. Así, las tres tragedias tienen algo en común: los problemas entre padres e hijos.

Así fue como Fromm le dio un nuevo enfoque al mito al interpretarlo a la luz de la trilogía. Tanto así, que para él todo lo relativo al incesto no es más que parte del decorado. De hecho, lo verdaderamente importante, estribaba en la rebelión del hijo contra la autoridad del padre. De esta forma, el tema central no sería el incesto, sino que la actitud frente a la autoridad.

¿Habremos de tomar partido entre Freud y Fromm? ¿Tendremos que elegir cuál será nuestra teoría regalona? ¿Y si ambos tuvieran razón? ¿Podría ser que el mito fuera lo suficientemente amplio como para permitir ambas interpretaciones e incluir, quizás, aún más? Independiente de las intenciones de uno u otro autor, o sus inconscientes y proyecciones, algo hay de verdad en la obra de Sófocles que ambos intuyeron y teorizaron, pero que tal vez no alcanzaron a ver en su totalidad. Después de todo, quizás no sea una locura afirmar que la trilogía de Edipo consista en un sólo gran problema: la confusa y contradictoria relación del hombre entre la ley y el deseo.