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mayo 01, 2006

Los Evangelios Apócrifos de la Psicología: Un nuevo Skinner

Todos sabemos quién fue Skinner. Manejamos con relativa facilidad sus aportes a la psicología, con los cuales se ganó el nombre de un personaje de The Simpsons. A todos nos causa algo: desde el repudio condicionado hasta la afición más respondiente, es un personaje que a nadie le da igual. No obstante, hay algo de él que no aparece en los libros. Un período oculto cuya revelación hoy, a 40 años, puede cambiar nuestra comprensión del gran condicionador.

Los últimos informes del Bulletin of the Skinner Archives nos informan sobre la aparición de una serie de escritos inéditos del maestro Burrhus, que revela una dimensión no vislumbrada en sus doctrinas. Entre 1957 y 1961 Skinner cayó en una profunda depresión a la que no encontraba explicación en ninguna argucia pavloviana: “Me siento oscuro y hundido –escribió a su secretaria– aunque a veces es como si estuviese en una convulsión eléctrica, como en una caja experimental. Siento que mis respuestas no corresponden a mis estímulos entrantes, ni tampoco se corresponden a los reforzamientos de los que he sido objeto durante toda mi vida”. Concluye la misiva con una emotiva declaración de su insatisfacción respecto de su carrera, su matrimonio y, en definitiva, de su vida. Algunos especialistas han sugerido una mid-life crisis, de la cual no se salvan ni los psicoanalistas. Otras teorías se inclinan por el síndrome de soledad que enfrentan los grandes genios: habría registros de Wundt, James, Watson y hasta el mismísimo Freud sintiéndose inseguros de sus carreras y sus vidas.

Tras este conmovedor testimonio llama la atención la solución que encuentra B. F. para seguir su fecundo caminar científico: fue a la consulta de un entonces ignoto terapeuta, un tal Maslow. Allí Skinner se reencontró a sí mismo, sus propias necesidades, sus prioridades y sus insatisfacciones. “No más castigos positivos autoimpuestos –escribe a su madre en 1964– ni más recriminaciones. Por fin puedo ir por las calles y mirar los árboles, los autos y el progreso de la sociedad occidental hacia el condicionamiento puro (destacado nuestro)”. Existen dudas entre los especialistas, qué quiere decir exactamente Skinner con estas palabras. El Centro de Estudios Skinnerianos lo ha interpretado como indicios de Walden II, que no tendrían nada que ver con Maslow, sino que sería la genialidad skinneriana en su apogeo. No obstante, una interpretación a la luz de las teorías del mismo Maslow cobra mayor sentido: la experiencia peak. El condicionamiento puro tendría relación con la conjunción de conductas, estímulos, refuerzos y respuestas que gatillen una experiencia peak de tal pureza, que bastaría por sí sola para llegar a la autorrealización, supliendo toda necesidad.

¿El siempre perverso Skinner habría visto la luz del ser maslowiano? Ya nada será igual. Leer “Beyond Freedom” no volverá a ser lo mismo teniendo presente su depresión y posterior recuperación en manos de Maslow. Nuestro genio vio la luz al final del túnel, concibiendo un proyecto que la historia se encargó de abortar: el condicionamiento puro.

por El abuelo hysteriador

abril 01, 2006

Los Evangelios Apócrifos de la Psicología

por Roberto Musa

Como resultado de nuestro tránsito por esta escuela no sólo saldremos cargados de un saco de nuevas palabras que nos permitirá ganarnos la vida. Habremos desfilado, además, ante una infinidad de nombres. Cada curso nos presentará una galería de personajes, y nos dará las razones que explican el que debamos conocerlos. Los próceres de la psicología, los padres fundadores, se han ganado justamente el derecho a sus altares privados, sus cultos y sus seguidores. Pero frecuentemente olvidamos que el a quiénes corresponde integrar dicha honrosa lista, es un juicio histórico. En consecuencia, grandes figuras de la psicología se cuelan por las rendijas del recuerdo. Intentaremos hacer un breve rescate de interesantes psicólogos apócrifos, actualmente ignorados tanto por los descendientes de sus opositores como de sus partidarios.

William McDougall

El que alguna vez se llamó a sí mismo “el verdadero conductista” no nos suena para nada. Rival intelectual de Watson, fue el primero en definir a la psicología como la ‘Ciencia de la Conducta’, debiendo después cambiar este rótulo una vez que el frenesí behaviorista se lo apropió. Se adelantó por décadas a Tolman y a la revolución cognitiva, haciendo del carácter propositivo de la conducta el componente central de su teoría. Representó una posición intermedia, disconforme con la introspección como método único, pero alejado igualmente del exceso de negar toda vida mental que careciera de manifestación positiva. Cabe preguntarse por qué una postura semejante nos pasa actualmente desapercibida. Es que McDougall llevaba todas las de perder. Heredero de la vieja tradición eugenista, fue siempre una figura extranjera en el mundillo académico americano y una sombra molesta sobre los pronósticos de felicidad y progreso que el conductismo prometía, con su conceptualización políticamente correcta de las capacidades innatas. Pero aún más significativamente, porque este sobrio académico inglés no fue jamás rival para el atractivo y carismático Watson, el más grande publicista de todos los tiempos. No es accidental que éste se haya ganado el voto unánime de la audiencia femenina, luego de su debate público con McDougall (recogido en La Batalla por el Conductismo). Debate en el que McDougall apeló a todo recurso posible:

– Si estuviera discutiendo con un ser humano común, me contendría al criticar sus ideas, por miedo a herir sus sentimientos. Sin embargo, ya que el Doctor Watson se ha empeñado en probarnos que no le importan un carajo sus propios sentimientos, o los de nadie, me siento en absoluta libertad para pisoteárselos.

El odio que este personaje despertaba entre las filas conductistas puede apreciarse en la siguiente observación de Knight Dunlap, (quien advertía a sus hijas que si llegaban a encontrarse en una habitación a solas con Watson, debían salir inmediatamente). En su recuento del estado de la psicología escribe, refiriéndose a McDougall quien agonizaba un cáncer terminal, con un rigor científico y desapasionado, “mientras antes se muera, será mejor para la psicología”.