agosto 01, 2006

The Chimney Sweeping

Exámenes e Histeria Conversiva
(Cuando “si la violación es inminente, relájate y disfruta” no funciona)

Debo confesar que, en mi encantadora y neurótica existencia, la histeria me ha sido en ocasiones de gran ayuda. Es que no hay quien se resista a una histérica que sepa usar sus atributos. Y con nadie, quiero decir nadie. Jamás he pagado tarifa completa en el transporte público: basta con saludar coquetamente y, si las cosas se ponen difíciles, cerrar discretamente un ojo mientras se paga rozando levemente la mano de la víctima. Nunca falla. Lo mismo pasa en las calles: a pesar de manejar como los mil demonios, no ha habido mortal que tenga el corazón de sacarle un parte a someone such lovely as me.

Y, sin embargo, aunque considero que una histeria controlada y fascinante puede ser beneficiosa para la salud –y sin duda también para la vida social–, me ha jugado malas pasadas. Sin ir más lejos, hace un par de semanas, un examen oral –no diré el ramo, pero sólo recordad mi debilidad por aquellos encantadores poseedores del saber, es decir, psicoanalistas– provocó en mí un nuevo ataque histérico. Es cierto, nada tuvo que ver con las parálisis de antaño, no empecé a hablar en ruso, cantonés o mongol –aunque quizás, para el nivel de burradas que dije, hubiese sido mejor–, tampoco me trasladé a tiempo pasado ni, muy a mi pesar, le coqueteé a you know who. Pero juro por Freud que el día anterior amanecí con un nudo en la garganta, que ese mismo día el nudo había crecido, que una vez dando el examen no sólo el nudo entrecortaba mi respiración, sino que también me dificultaba el habla y que, al terminar, el nudo desapareció y no volvió más.

Algún bienintencionado conductista me podría decir que sólo eran “nervios pre-examen-oral-de-un-ramo-fascinante” y que en sólo 2 sesiones me solucionaría el problema (“¡llame ya y le incluiremos además la cura de su fobia a los payasos charlatanes, completamente gratis!”). No obstante, si bien algo de nervios hay, la represión fue la culpable de todo. Podría explicarse desde el Edipo, ya que you know who tiene un gran no sé qué mezclado con un profundo aire paternal –he looks so much like Mr. O.–. O podría ser también la pulsión de muerte que mete su cuchara en los momentos menos apropiados. O quizás una manifestación inversa de narcisismo. O tal vez la transferencia...

Shit! Siento subir por mis brazos las cosquillitas de la parálisis. Maybe I said too much. Maybe I just need my favorite psychoanalyst. Where are you?

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