junio 01, 2008

The Chimney Sweeping

¡Dígame licenciada!
(O sobre cómo aprobar el examen y no desestructurarse en el intento)

Y sí, llegó en Enero el plazo fatal. Más de veinte ramos y una buena cuota de ansiedad eran los requisitos para dar el examen. Llenos de conceptos (algunos más dudosos que otros) de cursos pasados antaño; algunos que eran un cúmulo de lugares comunes plagados de buenas intenciones; otros que nos muestran cuán estúpidos somos; y los infaltables en que aprendimos que nuestras pifias son estructurales, dando así la fantástica excusa para no hacer nada al respecto. Fumándome hasta los dedos y recordándome entre aspiradas que si la violación es inminente, no hay más que relajarse y disfrutar, entré al calvario del examen, ante la promesa de la más absoluta embriaguez aquella misma tarde.

Es que la situación era desesperada. Casi un mes de estudio, en que nada de nada (piénsese lo que se quiera; total, nada es nada), hacía que uno admirase a esos pobres y superyoicos seres que se sumergen durante seis meses en los códigos penales, civiles y demases, para aprobar su propio examen. Se trataba de rumas y rumas de resúmenes que clamaban gimientes ser estudiados a la brevedad. Y cuando ya el complejo de castración se confundía con la desesperanza aprendida y el sueño REM parecía más una fábula kleiniana que una etapa del buen dormir, no quedaba más que caer presa del delirio y tal vez volverse un Schreber, a menor escala y con zapatos coquetos. Juro que la tentación de ver elefantes rosados con alitas cupidezcas, nunca fue tan grande. De hecho, cuentan las malas lenguas sobre quien, preso de un estado delirante, se arrojó a las calles gritando que se le había aparecido el mismísimo Coloma, revelándole que el falo está cerca. Otros aseguran haberse angustiado fantaseando que el pecho malo de Bernardita los devoraría al momento del examen. Y otros, aterrados hasta la locura por ver los penes-voladores-de-mamá-introyectados-en-la-vagina-interna-dentada-de-la-tía-Cucha, optaron por huir despavoridos e internarse en el exclusivo resort de La Paz (el electroshock se paga por separado). El resto de nosotros, pobres pero estructurados mortales, fuimos capaces de soportar, estoicos, los embates y vicisitudes del horroroso examencillo, sin que se nos notara mucho ni lo esquizoparanoide, ni lo tarados (porque hay que decirlo, estábamos todos en gran detrimento de nuestras facultades mentales).

Hoy, la proeza ya está realizada. Y si bien, todos son generales después de la guerra, hemos de admitir que prácticamente nos hicieron parir, sin anestesia ni consideraciones, aquel caluroso día de Enero. Porque no se trató sólo de eso, es que más allá de las preguntas insólitas (poco faltó para preguntar la marca de los calzoncillos de tío Piaget o el nombre del osito regalón de tío Winni-the-Pooh), más allá de lo cuestionable que pueda ser el examen (después de todo, ¿no aprobamos ya una vez todos aquellos ramos que majaderamente volvieron a preguntar?1), más allá de lo homérica que fue la tarea y de lo transatlánticas que hubieron de ser las defensas maníacas para soportar tanto circo; más allá de todo eso, damas y caballeros, se trató nada más ni nada menos, que de un experimento (bastante perversillo) de tío Armijo & boys para medir la tolerancia a la frustración de nosotros, ingenuos y zarrapastrosos estudiantes… Claro, todo es un complot, todo es una farsa para que pensemos que ahora sabemos más, todo es un engaño del gran Otro. ¡El falo está cerca, señores, está cerca!


1 Porque o una de dos, o el haber aprobado significa algo y nos dejan tranquilos, o no significa nada y, por lo tanto, pasar los ramos no es más que un trámite burocrático.

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