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junio 01, 2008

Alienación psicosocial v/s la situación terapéutica

Alienación psicosocial v/s la situación terapéutica como una instancia para cortarla con la weaita y no seguir fomentando la tontera

por Víctor Hugo Frigerio

En el presente artículo se aprecian algunos aspectos psicosociales los cuales son precisamente, el “caldo de cultivo” de las diversas psicopatologías las cuales nosotros artificialmente abordamos con el paciente a puerta cerrada. Y digo artificialmente, al considerar que aquel sufrimiento psicológico en mayor o menor medida, también está conectado con un medio ambiente psicosocial y un imaginario colectivo que actúa de forma determinante en la facilitación del dolor psíquico. Desconocer y no reflexionar en nuestro quehacer clínico respecto de esta “otra cara de la moneda”, es cometer un error semejante al que tradicionalmente perduró hasta hace no mucho en la concepción occidental de la mente y el cuerpo en forma alienada, desconociendo el isomorfismo psicofisiológico que actualmente se reconoce.

El ambiente en que se expresa la interacción de las condiciones que predisponen y los factores desencadenantes es determinante en el tipo y curso del trastorno que aparece. La fragilidad de la familia y las redes de apoyo primario, la marginación social y el rechazo hacia el perturbado mental, las políticas sociales que no los incorporan adecuadamente como uno de los grupo de la población más vulnerables, los servicios especializados insuficientes, son factores que contribuyen significativamente al aumento en la prevalencia de los problemas de salud mental en la población y evidencian la asociación entre patología psiquiátrica y empobrecimiento.

En relación a lo recién expuesto, emerge como casi obvio que la influencia del sistema de vida que todos hemos colaborado en construir sea el “causante” fundamental de las problemáticas que aquejan a nuestra sociedad, precisamente respecto de los negativos índices de salud mental. R. D. Laing, en este mismo sentido, señala que los hombres pueden destruir y destruyen la humanidad de otros hombres, y la condición para que se dé dicha posibilidad es que seamos interdependientes. No somos monadas autosuficientes que no producen efecto alguno sobre las otras personas a excepción de nuestros reflejos. Los otros hombres nos influyen o cambian para bien o para mal; como también somos agentes que actuamos sobre los demás afectándoles de distintas maneras. Cada uno de nosotros es el otro para los otros. El hombre sería un agente-paciente que interexperimenta e interactúa con sus compañeros.

Y ciertamente el sistema de vida que hemos co construido, tiene bastante que ver con el modelo capitalista. Al respecto, Karen Horney ha mostrado con gran fuerza que generalmente, el individuo occidental, aprende en la familia los valores cristianos tradicionales de abnegación, altruismo y de entrega a los otros para verse arrojado después a un mundo competitivo en el que hay que pelear, luchar y no pensar sino en si mismo; hay un “retraso cultural” de los familiares respecto de los valores económicos que se traduce en un conflicto que desgarra al individuo, por complejos de culpabilidad y por un clima permanente de ansiedad. La ansiedad también estaría determinada por los progresos cada vez más rápidos tanto de las técnicas de la productividad y del maquinismo, como de las técnicas de racionalización en la mayoría de las situaciones laborales. El trabajo se convierte cada vez más en parcelario de tal manera que priva al trabajador de toda satisfacción. Es al mismo tiempo cada vez más mecánico, con los progresos de la automatización, lo cual elimina sin duda la fatiga de los músculos, pero la remplaza por la fatiga de “los nervios”.

Es así como culturalmente hemos ido atribuyéndole el máximo valor posible, al esfuerzo individual, al ideal de la productividad y de la mejora del estatuto social que, a través de un sistema de normas de conducta, constriñen a los miembros de nuestra sociedad y orientan sus actitudes. Para limitarnos a un solo ejemplo, Karen Horney ha mostrado, a propósito de las neurosis de nuestro tiempo, la vinculación de éstas con los ideales y las normas del capitalismo competitivo: “Entre los factores que, en la civilización occidental, engendran una hostilidad virtual, el primero es sin duda el hecho de que esta cultura reposa sobre la competición individual. El principio económico de la competición afecta a las relaciones humanas, obligando al individuo a luchar contra otros, incitándoles a superarles haciendo de la ventaja de uno, el perjuicio del otro. Como sabemos, la competición domina no solo nuestras relaciones en los medios profesionales, sino que invade nuestras relaciones sociales también, nuestras amistades, nuestras relaciones sexuales y las relaciones dentro de la familia, llevando así a todas las relaciones humanas, gérmenes de rivalidad destructora, de desprecio, de sospecha y de celos”.

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agosto 01, 2007

Enacción, cibernética de la cibernética, psicoanálisis intersubjetivo y mindfulness… ¿o cuatro patitas de una misma cueca?

por Víctor Hugo Frigerio
Psicólogo

Llama la atención que durante los últimos veinte años, la tradición psicoanalítica ha evolucionado congruentemente en la misma línea de la cibernética de segundo orden. En este sentido, ha existido en el psicoanálisis un distanciamiento de la apreciación del terapeuta como un observador neutro y no participante en lo que conoce, que queda marginado del campo relacional y que puede observar el fenómeno desde un punto de vista objetivo, hacia una visualización del terapeuta como un protagonista y agente activo que está inevitablemente inmiscuido, constituyendo una parte esencial de la realidad terapéutica que esta conociendo.

Al respecto, Harry Stack Sullivan (1954), señala que el terapeuta tiene una implicación inescapable e inextricable en todo lo que sucede en la situación analítica. El terapeuta nunca puede ser un observador imparcial que se mantiene apartado del fenómeno observado. Por su parte, Atwood y Stolorow (2002) al igual que Donna Orange y Brandshaft (2001), postulan que es imposible que la subjetividad del analista quede fuera del espacio analítico y por lo tanto no influencie la experiencia del paciente. Igual dinámica emergería desde el paciente, aspecto que ha sido estudiado por el psicoanálisis, mediante las implicancias de la identificación proyectiva. Jay Greenberg (1995) capta este sentido de la co participación o mutualidad en el concepto de Matriz interactiva. La matriz interactiva es modelada, a cada momento en todo tratamiento, por las características personales del consultante y del terapeuta. Estas incluyen las creencias, los compromisos, las esperanzas, los miedos, las necesidades y los deseos de ambos participantes. Sólo en el contexto de la matriz interactiva adquieren sentido los sucesos de la terapia.

Como establece Aron (1996) existe una mutualidad entre ambas partes de la díada terapéutica implicando un proceso de regulación recíproca entre el paciente y terapeuta. Éstos se influyen continuamente tanto a nivel consciente como inconsciente. Otro aspecto conlleva la negociación permanente de las metas, actividades y los parámetros que sustentan la viabilidad misma de la psicoterapia. El psicoanálisis relacional amplía los conceptos de Atwood y Storolow proponiendo la idea de una relación mutua entre la díada terapéutica de naturaleza biopsicológica. La biopsicoregulación mutua, a consecuencia de aquello, se da principalmente en tres niveles. La emoción, el apego y la comunicación no verbal de la emoción. De esta forma, el valor del lenguaje no verbal en esta danza explícita e implícita adquiere también una relevancia aún mayor que todo lo que se diga verbalmente. La interacción de dos personas en un espacio produce un efecto en el psiquesoma de ambos. La postura física de los dos, el tono de voz, la mirada o la falta de ésta pueden envolver o rechazar a cualquiera de los participantes de esta díada. Sin embargo, hay acuerdo en el hecho de que dos personas se pueden tocar con otros sentidos que no sean el tacto. Es evidente que ambos participantes usan el lenguaje y sus contenidos verbales para comunicarse, pero lo que emerge de las palabras tiene que ver también con por ejemplo, el tono de voz. Simultáneamente tal interacción produce la emergencia de emociones y cambios corporales en ambos. Estos pueden ser visibles, notorios o sutiles. Podría decirse que la escucha es físico-psíquico-emocional y afecta simultáneamente al terapeuta y paciente, produciendo cambios recíprocos en todos esos niveles. Desde la perspectiva intersubjetiva y la del psicoanálisis relacional podemos pensar en el psiquesoma como una unidad que no sólo se autorregula con el tiempo, sino que necesita del otro para conservar la estabilidad, situación que es análoga a lo planteado por Francisco Varela respecto de la enacción y la co emergencia de mundos albergados en nuestras historias corporales y sociales. Desde la neurobiología, Regina Rally propone una visión similar. Plantea que la función de la emoción es coordinar la mente y el cuerpo del individuo y también la relación mente cuerpo entre los individuos.

MENTE, CUERPO Y ENACCIÓN

Varela expresó que la mente no sólo no existe fuera del organismo sino que además estaría dotada de sentido sólo si está en un cuerpo y contexto determinado. Este biólogo argumenta que la mente no está en el cerebro y que junto al organismo constituye holísticamente más bien un todo. Del mismo modo, Winnicott hipotetizó que la mente podría estar en un pie o en el estómago, concordando con Varela al afirmar que no es un ente colocado en el cráneo. Lo que surge entonces es un emergente, el cual se despliega a cada momento y se manifiesta a través de lo racional en un entorno determinado (Varela, 2000 citado en Riquelme & Thumala, 2005). Sujeto y objeto estarían constantemente co emergiendo y la mente como emergente de la experiencia estaría en consecuencia, albergada en el lugar de la co determinación, que como ya mencionamos, no es posible atribuirle un lugar determinado, transitando en la dialéctica de lo interno y lo externo, lógica que al mismo tiempo coincide con aspectos centrales del psicoanálisis intersubjetivo. Precisamente, desde la mirada de la enacción, las actitudes cognitivas se vislumbran como indefectiblemente anexadas con las historias vividas que se hacen en el devenir por ejemplo, tanto por el terapeuta como por el paciente. Hablamos entonces de la enactuación de un mundo, el hacer emerger un mundo mediante historias que no son “óptimas” por si solas sino viables de acoplamiento estructural (Varela,Thomson & Rosca, 1992). Si el acoplamiento fuera “óptimo” se podría por así decir, prescindir de las interacciones del sistema, aspecto que es imposible en la realidad, donde cada ser humano es en relación a alguien o algo. Bajo este prisma, la conservación de la adaptación más allá de implicar la resolución de determinados problemas implica ingresar en un mundo compartido de significación con un otro.

De esta manera, el enactivismo plantea que el mundo en el que vivimos va surgiendo o es modelado en vez de estar predefinido. Autores como Heidegger, Maurice Merlau-Ponty y Michael Foucalt otorgan la mayor importancia al fenómeno de la interpretación, entendida como la actividad cíclica que eslabona la acción y el conocimiento, al conocedor y al conocido, en una ciclicidad indisociable. Es a ese “hacer emerger” al que se refiere el enactivismo: a la total recursividad entre la acción e interpretación.

La hipótesis enactiva está estrechamente ligada a la fenomenología filosófica. Ambas plantean que el conocimiento se relaciona con el hecho de estar en un mundo que resulta inseparable de nuestro cuerpo, nuestro lenguaje y nuestra historia social. No podemos plantarnos fuera del mundo en el que nos hallamos para analizar como su contenido concuerda con las representaciones: estamos siempre inmersos en él, arrojados en él. El enactivismo plantea también que la cognición no se puede entender adecuadamente sin el sentido común, el cual no es otra cosa que nuestra historia corporal y social. La inevitable conclusión es que conocedor y conocido, sujeto y objeto, paciente y terapeuta, se determinan uno al otro y surgen simultáneamente...

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junio 01, 2007

"Doctor … ¿por qué no me enchula el alma? (Resp.) ... Porque el que esté libre de toda tranca, que lance la primera interpretación".

Me parece interesante el apreciar como un mismo modelo teórico que en realidad tiene múltiples vertientes y que de alguna forma intenta a veces a pie forzado ser un cuerpo unificado de teoría y de estrategias de intervención, es apropiado por los diferentes terapeutas de diversas maneras, en distintos niveles y con diferente grado de profundidad y compromiso. La primera impresión que se me viene a la cabeza a propósito de la labor que realiza el terapeuta, es la de un artesano o un artista plástico que trabaja por ejemplo la pintura, pero abordada de las más diversas maneras y no solo eso sino que además mezclando estilos, materiales y formas de acuerdo más bien a la creatividad y más aún, a la camiseta valórica que cada uno puede traer a la mano. Al parecer, algunos basándose en la pintura como analogía por ejemplo a lo sistémico, son más impresionistas, otros más cubistas, otros más realistas, y además siendo más o menos ortodoxos con la técnica expresiva de base que en algún momento han elegido como forma de canalizar la manera en que el arte es vivenciado. Además, junto a lo anterior, continuando con la misma analogía, no sólo aquella expresión se desarrollaría únicamente a través del óleo, la tela, la acuarela, la tempera etc. Todos los terapeutas que conozco, a mi juicio, desde un punto de vista epistemológico por así decirlo, combinan los materiales señalados con el cartón, yeso, arcilla e inclusive con el cholguán. Cualquier combinación de técnicas y estilos parece ser apropiada cuando de fondo existe una coherencia que sustenta el accionar terapéutico, o se tenga la ilusión de que existe una, a la hora de abordar un problema clínico.

El pequeño gran detalle, es que la subjetividad del terapeuta es realmente la base orientadora que lo impulsa por ejemplo, a elegir atender a determinados pacientes y no a otros, que lo impulsa a adoptar determinado estilo y determinadas técnicas y no otras, llámese narrativas, paradojas, confrontación, pautas, etc, como verdadero fundamento que orienta su comprensión de las personas, de la realidad y evidentemente de sí mismo, independientemente que exista de aquello un darse cuenta más menos elaborado. Desde este punto de vista, no llama la atención que algunos mezclen diferentes paradigmas tales como lo sistémico con lo gestáltico y lo cibernético, lo constructivista con lo psicoanalítico e inclusive con lo cognitivo conductual, etc. Al parecer, cualquier cosa puede ser válida para hacer calzar el modelo de vida personal con el ejercicio de la Psicología y no al revés. Y no necesariamente es malo, el problema es cuando se confunde por ejemplo, la obra de Melanie Klein con el Corán, o cuando a los profesores y autores les viene un delirio místico y se creen Juan Bautista y/o Jesucristo, respectivamente (sin mencionar de plano a los que no se bajan del Olimpo).

Por todo lo anterior, quiero plantear (ya que es el leit motiv de este artículo) que lo más delicado a mi juicio, es que un terapeuta, no esté absolutamente consciente y no se haga cargo de la articulación entre su subjetividad y el o la combinación de los modelos teóricos y técnicos que ha elegido, o que precisamente, la mezcla luego de salir de la licuadora sea la de alcachofas con porotos, en un mismo plato.

En este sentido, me parece obvio concebir que todos los modelos tienen sus limitaciones, por la sencilla razón de que cada modelo, fue creado y adquiriendo forma de a poco por autores de carne y hueso que también tenían y tienen sus formas de apreciar la realidad y sus propias limitaciones también. Modelos que después han sido apreciados por otros terapeutas con sus propias limitaciones humanas y con su particular forma de percibir la realidad. Parece de perogrullo y trillado decir a estas alturas del partido, que como psicólogos la herramienta de trabajo esencial es uno mismo (y eso que uno también va cambiando), pero a mi parecer, es una de las pocas certezas con la que en realidad contamos, considerando que todas las teorías están en permanente transformación y de que ninguna, en conjunto ni mucho menos por sí sola, resulta ser el santo grial ni la piedra filosofal para la comprensión y el aplacamiento del sufrimiento humano.

Futuros colegas, la invitación es a que estudien con fervor cada aspecto de la mayor cantidad posible de paradigmas y técnicas, sin abanderizarse y/o bajarse los churrines a la primera por alguno o algunas en particular, tampoco necesariamente, a la hora de estar frente a frente con los pacientes, mezclen tomates con tuercas y más bien tengan en consideración que la calidad del vínculo terapéutico (alianza de trabajo entre terapeuta y paciente), es lejos el aspecto más trascendente respecto del éxito de una psicoterapia. Además, considero fundamental hacerse consciente y responsable de la subjetividad que sustenta la elección de nuestro estilo y tanto o más importante que todo lo anterior, les sugiero ejercitar la humildad personal y también respecto de los reales alcances de nuestro quehacer profesional (bastante más modestos de lo que uno quisiera).

Lo curioso es que aunque he querido, hasta ahora, jamás he podido ni yo mismo cumplir a cabalidad con todos estos aspectos recién mencionados. Debe ser porque sencillamente, soy otro terapeuta de carne y hueso, con bastantes limitaciones, defectos físicos y psicológicos junto a una particular visión de la realidad.

Bueno, por ahora es todo cuanto puedo informar. Adelante estudios.

Víctor Hugo Frigerio
Ser humano y Psicólogo.