abril 01, 2006

The Chimney Sweeping

El Buen Cuerpo Docente
(Apreciaciones histéricas para la excelencia formativa)

No es menor esto de ser la histérica por excelencia. Que el coqueteo aquí, que la risita por allá. Sí, me sale natural y lo cierto es que ni me entero. A fin de cuentas, siempre me dicen: “usted, señorita Anna, no hace más que calentar la sopa”. ¿Será que soy demasiado exigente como para tomar una sopa que no me agrada totalmente? ¿O es que definitivamente tengo una inconsciente relación de amor-odio con la famosa sopita? Es que es verdad, por más que yo quiera, todos mis tiros quedan en nada. Es inevitable: this is what I have become.

Now, the question is, why do I do all this?... Perdón. ¿Qué busca la histérica con su “coqueteo inconsciente”? Según tengo entendido, ella desea el deseo del otro. Es decir, quiere entre otras cosas, que la deseen. Por esto, para evitar la satisfacción, pone barreras entre ella y el otro. ¿Por qué lo hace? Porque la satisfacción, en este caso de a dos, implica necesariamente pasar a ser objeto de placer del otro. Y eso, la histérica no lo soporta… Es indigno ¿Yo un objeto? No way!

Por eso, y disculpen la indiscreción, no hay mejor blanco para mis histéricos dardos que los profesores de esta escuela. No hay nada que hacer: la inteligencia es afrodisíaca. Y en esto, psychoanalysts are the best. Se pasean con su aire de autosuficiencia, de grandes conocedores de lo humano, con mirada penetrante y, sin duda, bastante seductora. Lo interesante es que, por ser profesores, se mantendrán prácticamente imperturbables: no reaccionarán como el resto de los mortales lo haría. En rigor al menos, no intentarán acercarse. Mantendrán la distancia; quizás observando; ojalá admirando. Así, se forma un jueguito sumamente encantador para una histérica acérrima like me. Un tira y afloja en que vale cada mirada, palabra y movimiento, pero sin conducir a nada. Es todo implícito, sutil y elegante.

No hay nada planeado, no es que la histérica voluntariamente quiera hacerlo, pero de pronto se encuentra con que está luciendo su mejor tenida, precisamente el día que tiene clases con su nuevo psicoanalista preferido. Se ve a sí misma levantando la mano de tal modo que el chaleco se deslice por sus hombros; preguntando sólo cuando sabe que sonará inteligente; mirando, con una sonrisa, fijamente al profesor pronto a seducir. Y toda histérica que se precie de tal, ha jugado alguna vez, sugerentemente, con su lápiz, en primera fila. But that is too easy! Tocar al personaje en cuestión: he ahí la hazaña. Recuerdo, salvo que mis fantasías me engañen, la vez que rocé ligeramente a uno de ellos. A mis ojos, lejos el más atractivo, pues insisto, la inteligencia es la afrodisíaca.

Es que ellos tienen un “no sé qué” que los hace irresistibles. Si no, ask uncle Breuer and the charming Freud. They could tell you how I liked to heat their soup.

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