junio 01, 2007

The Chimney Sweeping

Un ejemplo del Test de Rorschach
O sobre el poder seductor de los test proyectivos

Rorschach, palabra impronunciable para toda histérica promedio cuya lengua esté trabada; espléndido test para el inconfundible narcisista que precisa que le digan cuán maravilloso es (¡si supieran!). Y, pensando en el imaginario colectivo, se trata, sin duda, de uno de los distintivos más característicos de nuestra amada disciplina. Todo el mundo conoce el clásico “test de las manchitas” y para ninguno es indiferente qué pueda significar ver microondas volando, sangre desparramada u órganos sexuales de burro.

Pues bien, he de confesar que hace un par de semanas, un adorable psicoanalista, me pasó estas fascinantes diez láminas. Llegué seductoramente ataviada –ya que la liebre puede saltar en lugares insospechados, ¡y qué liebre era ésta, caray!–, a su consulta, ubicada en un coqueto barrio de Santiago, Este híbrido de uncle Freud y Apolo moderno, me invitó a pasar y, luego de haberme sentado y cruzado sugerentemente las piernas, me pasó la primera lámina. “¿Qué podría ser?” “Lo que tú quieras”, contesté orgullosa de mi ingenio, mientras noté cómo se le subían los colores... y quizás también alguna otra cosa.

Hubo láminas tremendamente perturbadoras, y otras, en cambio, sorprendentemente proféticas. Creo que fue en la tercera, en que vislumbré mi futura cita romántica con esa guapísima versión de Bion: definitivamente éramos los dos, sentados a la luz de las velas (por lo rojo), porque una de las personas representadas, sin duda, estaba en actitud coqueta y la otra tenía pinta de galán. Había una, diría que la cuarta, que era igual a un oso de peluche (por lo peludito) que me regaló mi siempre adoradísimo padre. Hubo otra que era espantosa, horrenda, ominosa, y sólo recordarla hace que se me crispe la piel; una que tenía una parte alargada y amenazante, y otra más redonda y con una hendidura profunda y oscura. So I began to explain what I saw, when the lovely young Coloma 2.0 was looking at me with a funny face: he said that my arm was absolutely paralyze and my words were quite strange... luego me desmayé. Las últimas, sin embargo, las de colores me encantaron y parece que a este Winnicott chileno también, porque cuando le conté que suelo usar colores tan brillantes como ésos en mi ropa interior, alcancé a notar un atisbo de acaloramiento en su cuello: una especie de vena hinchada y curiosamente palpitante.

Al terminar, después de casi dos horas, me despedí deslizando ligeramente mi mano por su espalda, mientras con la otra le metía un papel con mi número de teléfono en el bolsillo de su pantalón. Es que si en el Rorschach uno queda prácticamente en pelotas, sobre todo si es frente a la versión masculina y mejorada de la Klein, debía aprovechar el tiro y procurar que me invitase a comer y a bailar (casi lo mismo que sucede con las visitas al ginecólogo, pero eso ya es otra historia).

Es que sí, señores, el Rorschach no es indiferente para nadie. Sus coquetas formas, su adorable simetría y el seductor poder que se tiene al conocer su significado (psicólogos de cuarto año: regocijaos al tener la verdad revelada y el arma poderosa para leer mentes). Por mi parte, aún me falta la sesión de devolución, que será esta noche, with my charming psychoanalyst, en su estiloso departamento...


La pobre Annita alucinó con esta lámina...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

y... hablando de histéricas ah..

sound_therapy dijo...

histérica bajita.... tirando pa histriónica a decir verdad... bien limítrofe...