octubre 01, 2007

The Chimney Sweeping

Primavera histérica
(o sobre cómo me enamoré de la Psicología Laboral)

Honorable público me complace anunciarles que ha llegado, tras una agónica, aunque no tristemente célibe espera, la época regalona de toda histérica y perversillo amoroso; el tiempo en que por fin el falo es nuestro o, al menos, es susceptible de serlo. Así es, damas y caballeros, ya está aquí la tan añorada primavera; tiempos dichosos en que no sólo la vestimenta se vuelve más ligera, sino también la conducta. Aquí aparecen los ayudantes licenciosos ávidos de ingenuas novatas, los tirantes seductores que se deslizan por los hombros y los coquetos zapatos que causan furor entre los sempiternos perversos de turno. Y como love is in the air hasta el más detestable de los engendros encuentra a su pierna peluda.

En este contexto, y aprovecho de pasarles el dato, adorables señoritas, descubrí hace algunas semanas al nuevo sex simbol de estas tierras (lo siento Coloma), al que llamaremos Mr H. (1) o sobre cómo me enamoré de la Psicología Laboral. Por esas cosas del destino figuraba en el momento preciso y en el lugar indicado cuando apareció el personaje en cuestión. Sólo lo definiré como la antítesis de la desesperanza aprendida ante el paisaje masculino de estas tierras: ¡es carne de gallina gorda, jamón serrano de medio! Poco sabré de Lacan, pero he de decir que encantada dejaría que este sujeto fuese el amo. De hecho, así da gusto recrear la vista por estos lares (¿se tratará de una estrategia de Rosso para que vayamos a clases?). Es que hay que decirlo, mientras que los psicoanalistas tienen el falo, Mr. H. tiene todos los atributos accesorios a él. ¡Y cómo los luce, caray! Sin duda sería interesantísimo asistir a sus clases (con la boca cerrada, para no parecer tan estúpida y, también, por un asunto de dignidad) a observar con agrado cómo profundiza en la materia.

Mientras lo miraba invistiéndolo libidinal y lascivamente, me di cuenta que tanto descaro habría de poseer causas misteriosas, no atribuibles únicamente al cambio estacional, al síndrome de abstinencia o a la envidia del pene. La clave del asunto fue dada unos días más tarde, cuando no era sólo yo la psicópata voyerista, ya que la fascinación había adquirido rápidamente ribetes mayúsculos, conformándose un grupillo no menor de mujeres con los ojos desorbitados y bocas curiosamente babeantes, que por supuesto hacían que todo el malvado lenguaje meltzeriano pareciese una adorable pelusa al lado de sus propias fantasías inconscientes. Fue en ese momento en que me di cuenta que todas proveníamos de colegios de puras mujeres, lo que podría explicar tan impúdicos miramientos. Sin duda se trata de una formación reactiva, después de todo, crecer con tanto estrógeno alrededor hace añorar una buena dosis de testosterona circulando (y si el envase es tan fantástico como en este caso, cuánto mejor). ¿Y reacción a qué? A que en nuestra adorable e inocente época de colegialas (aclaremos, nuestra época escolar aún estaba lejos de Nati y sus afanes bucales), implicó necesariamente que hayamos sido castradas sexualmente. El asunto es simple: no había falo cercano que fuese objeto de nuestro deseo y, por tanto, nos vimos forzadas a reprimir y recién hoy pueden salir a flote nuestras más salvajes pulsiones de vida (2).

Pero como no hay mal que dure cien años (ni vena que aguante), he decidido vender mi alma, renegar del psicoanálisis y marcharme al mundo laboral. ¿Quién sabe? Quizás tenga suerte. Es que por nada me pierdo cierto curso de profundización...


(1) La referencia es obvia, aunque en mi favor he de decir que no sólo hot empieza con H.

(2) ¿Y desde cuando tan mojigata Miss O? Diga las cosas como son: descarnadas y furiosas pulsiones sexuales.

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