por Pablo Herraz Mardones
Hanna Arendt, filósofa judío-alemana, ha reflexionado y escrito sobre temas relacionados con filosofía política y en general sobre la condición humana desde el punto de vista de la acción política. Además, su currículo cuenta con haber podido escuchar de una manera privilegiada la llamada del ser, en unas reuniones ontológicamente sublimes que sostenía con Heidegger en su casa de descanso allá en las altas y nevadas montañas alemanas antes, claro, que al gran pensador le bajaran las ganas de ser nazi.
La cosa es que estaba Hanna Arendt un día en Estados Unidos y se enteró que habían encontrado en Argentina (disfrazado de psicoanalista lacaniano) a Adolf Eichmann, el encargado de ejecutar la “solución final” que dio muerte a millones de judíos durante la 2ª guerra, y que se lo llevarían a Jerusalén para hacerle un juicio. Acto seguido movió los hilos por aquí por allá y dijo: ésta no me la pierdo.
Lo que la Arendt quería era presenciar el juicio para entender que tenía en la cabeza un ser tan despreciable y moralmente condenable (¡ya! perverso polimorfo) como Eichmann. Para sorpresa suya, se encontró con que ante la pregunta de por qué fue capaz de hacer algo tan abominable, éste respondió: “¡porque me mandaron!”, con lo cual la Arendt se dio cuenta de que el hombre que fue capaz de matar a millones de judíos no era un sádico antisocial deseoso de conquistar el mundo y subyugar a la humanidad, sino que era lo que podríamos llamar “UN IDIOTA”. Después de ese episodio, volvió a Estados Unidos y escribió un libro que se llama “EICHMANN EN JERUSALEN, o la banalidad del mal”.
Quiero invitarlos, luego de haber expuesto lo anterior, a mirar un poco la guerra de las galaxias. Los Jedi son una especie de monjes espirituales con espadas fálicas que crecen y se achican a placer y que tiene la misión de mantener el orden galáctico (que curiosamente coincide con mantener la democracia y los valores republicanos, pero bueno). Además hay robots, monos pelúos, mujeres lindas (aunque la Natalie Portman es maomeno nomá, aaaaaa!!), todos unidos para salvar el universo. Pero resulta que todos estos virtuosos y heroicos personajes no serían nada sin un tarro con forma de basurero que saca de adentro suyo una cuestión con la cual manipula todos los sistemas computacionales de todas las naves, que reproduce mensajes pero que lo único que sabe es silbar no se que pero todos lo entienden. Si es R2_D2 (que por si acaso aclaro, no se llama Arturo).
Mi punto es que en estricto rigor Arturito es un idiota, porque claro, es moralmente bueno en la medida que hace cosas que sirven al bien y todos lo aman, pero, como Eichmann, no hace otra cosa que cumplir órdenes. De hecho, cuando Anakin Skywalker se vuelve malo, ¿no es acaso el mismo tarro de basura municipal el que va atrás en su nave ayudándolo a que domine el mundo? Si ser bueno ya es difícil, creo que el hecho de que entre el “hacer algo bueno” y ser un idiota haya una línea tan delgada hace la cosa mas peluda, lo cual trae como consecuencia que en algún momento todos nos parezcamos un poco a R2-D2.
Por ejemplo, cuando usted va al supermercado y le piden el vuelto en la caja, ¿Ud. lo da? Claro, porque ayuda a alguien con eso y eso es bueno. Pero, aunque a alguien le ayude, ¿a quién está ayudando en verdad? Yo le voy a decir: a un grupo de hombres con mucha plata que reducen los impuestos de su empresa “haciendo beneficencia” pero con plata que no sale de sus bolsillos sino del de todas las personas que compran en su supermercado. Vale decir, el estado premia a las empresas que hacen ayuda social rebajándole impuestos (ganan plata), pero estos pillines hacen ayuda social con plata que no es de ellos (ganan más plata porque ellos no gastan en ayudar), y encima la gente compra en su supermercado porque es un supermercado “solidario” (ganan más plata). Bastante gratificante para el espíritu, para su bolsillo, y, en último término, para nosotros que nos sentimos un poco más buenos.
Si el ejemplo le parece aislado lo invito a pensar en todas las cositas lindas chinas que compramos (yo también) hechas por un ejército de chinos que les pagan 100 pesos la hora, para regalarlas en aquellos días Village (enamorados, papá, mamá, navidad, etc.), o en la polera de Greenpeace que ahora venden en Falabella y con la cual pretendemos salvar a las ballenas, ¿le parece bueno?, ¿le parece justo?
Aquí es donde ocupo la silogística y digo:
si Arturito, en su manera de ser bueno, es un idiota;
y si nosotros, en nuestra manera de ser buenos, somos como Arturito;
luego…
De más esta decir que cuando digo “somos” también me incluyo, pero si usted, tras leer este texto, se siente profundamente violentado porque insinué que era un idiota, pero mas aun, usted cree no serlo, puede hacer su comentario en: http://el-esquizoide.blogspot.com, puede escribir un articulo para la próxima edición, puede ponerse de acuerdo con otros y lincharme públicamente o puede comentarle a sus compañeros que yo soy el idiota y que la cosa muera ahí, como suelen ser las cosas por estos lados.