junio 01, 2008

Eskizorial

«En los esquizoides los estímulos externos apenas tienen influencia. Viven una vida monacal tanto en casa como en el trabajo y, si son laboriosos, pasan la existencia sin hacer ruido» (Rojas, 2001, p. 189)

¿Nos echaban de menos? Admitan que sí... admitan que creían que ya nos habíamos muerto, o que los giles que hacían este pasquín estaban muy ocupados para acordarse que tenían una deuda moral con esta escuela. Pero qué tanta cuestión, aquí estamos, una vez más, al pie del cañón, publicando en la semana de la muerte para la entretención de todos los psicologuitos (y demases que nos leen en otras carreras).

Hasta que por fin nos ganamos un feucazo y ahora podemos encarnarnos para deleite de todos nuestros lectores. Así que un agradecimiento a los naranjos que ponen las lucas, de nosotros, los incoloros. En esta edición, hay varios colaboradores que nos dejaron, así que un llamado a las nuevas generaciones para que se sumen a este noble proyecto estudiantil. Como sabrán, este es nuestro tercer año de vida... y si nadie si integra al team, va a ser el último. Así que es ahora o nunca. Como diría el Capitán Planeta: ¡El poder es tuyo tuyo tuyo....!

Cultura psi

A fines de abril supe de un artículo de Jaeggi, Buschkuehl, Jonides y Perrig (2008) en el que publicaban evidencia acerca de un tipo de entrenamiento que aumentaba la inteligencia fluida (es decir, que esta mejora de desempeño era transferible a una tarea completamente distinta del entrenamiento original). Obviamente pensé que Rosas iba a estar saltando en una pata. Seguramente ya está desarrollando un juego para Nintendo Wii que irá a probar con los niños-cobayos del PentaUC.

Sin embargo, la gente de PsyBlog no está tan convencida. Ellos compararon la evidencia sobre la eficacia de 5 reconocidos "mejoradores" cognitivos: entrenamiento cerebral, drogas, vitaminas, meditación y ejercicio físico. Su objetivo era saber cuál(es) de ellos funcionaban realmente. ¿Y quieren saber cuáles fueron sus conclusiones? Descúbranlo ustedes mismos.

Cabeza dura

por Pablo Herraz Mardones

Hanna Arendt, filósofa judío-alemana, ha reflexionado y escrito sobre temas relacionados con filosofía política y en general sobre la condición humana desde el punto de vista de la acción política. Además, su currículo cuenta con haber podido escuchar de una manera privilegiada la llamada del ser, en unas reuniones ontológicamente sublimes que sostenía con Heidegger en su casa de descanso allá en las altas y nevadas montañas alemanas antes, claro, que al gran pensador le bajaran las ganas de ser nazi.

La cosa es que estaba Hanna Arendt un día en Estados Unidos y se enteró que habían encontrado en Argentina (disfrazado de psicoanalista lacaniano) a Adolf Eichmann, el encargado de ejecutar la “solución final” que dio muerte a millones de judíos durante la 2ª guerra, y que se lo llevarían a Jerusalén para hacerle un juicio. Acto seguido movió los hilos por aquí por allá y dijo: ésta no me la pierdo.

Lo que la Arendt quería era presenciar el juicio para entender que tenía en la cabeza un ser tan despreciable y moralmente condenable (¡ya! perverso polimorfo) como Eichmann. Para sorpresa suya, se encontró con que ante la pregunta de por qué fue capaz de hacer algo tan abominable, éste respondió: “¡porque me mandaron!”, con lo cual la Arendt se dio cuenta de que el hombre que fue capaz de matar a millones de judíos no era un sádico antisocial deseoso de conquistar el mundo y subyugar a la humanidad, sino que era lo que podríamos llamar “UN IDIOTA”. Después de ese episodio, volvió a Estados Unidos y escribió un libro que se llama “EICHMANN EN JERUSALEN, o la banalidad del mal”.

Quiero invitarlos, luego de haber expuesto lo anterior, a mirar un poco la guerra de las galaxias. Los Jedi son una especie de monjes espirituales con espadas fálicas que crecen y se achican a placer y que tiene la misión de mantener el orden galáctico (que curiosamente coincide con mantener la democracia y los valores republicanos, pero bueno). Además hay robots, monos pelúos, mujeres lindas (aunque la Natalie Portman es maomeno nomá, aaaaaa!!), todos unidos para salvar el universo. Pero resulta que todos estos virtuosos y heroicos personajes no serían nada sin un tarro con forma de basurero que saca de adentro suyo una cuestión con la cual manipula todos los sistemas computacionales de todas las naves, que reproduce mensajes pero que lo único que sabe es silbar no se que pero todos lo entienden. Si es R2_D2 (que por si acaso aclaro, no se llama Arturo).

R2D2

Mi punto es que en estricto rigor Arturito es un idiota, porque claro, es moralmente bueno en la medida que hace cosas que sirven al bien y todos lo aman, pero, como Eichmann, no hace otra cosa que cumplir órdenes. De hecho, cuando Anakin Skywalker se vuelve malo, ¿no es acaso el mismo tarro de basura municipal el que va atrás en su nave ayudándolo a que domine el mundo? Si ser bueno ya es difícil, creo que el hecho de que entre el “hacer algo bueno” y ser un idiota haya una línea tan delgada hace la cosa mas peluda, lo cual trae como consecuencia que en algún momento todos nos parezcamos un poco a R2-D2.

Por ejemplo, cuando usted va al supermercado y le piden el vuelto en la caja, ¿Ud. lo da? Claro, porque ayuda a alguien con eso y eso es bueno. Pero, aunque a alguien le ayude, ¿a quién está ayudando en verdad? Yo le voy a decir: a un grupo de hombres con mucha plata que reducen los impuestos de su empresa “haciendo beneficencia” pero con plata que no sale de sus bolsillos sino del de todas las personas que compran en su supermercado. Vale decir, el estado premia a las empresas que hacen ayuda social rebajándole impuestos (ganan plata), pero estos pillines hacen ayuda social con plata que no es de ellos (ganan más plata porque ellos no gastan en ayudar), y encima la gente compra en su supermercado porque es un supermercado “solidario” (ganan más plata). Bastante gratificante para el espíritu, para su bolsillo, y, en último término, para nosotros que nos sentimos un poco más buenos.

Si el ejemplo le parece aislado lo invito a pensar en todas las cositas lindas chinas que compramos (yo también) hechas por un ejército de chinos que les pagan 100 pesos la hora, para regalarlas en aquellos días Village (enamorados, papá, mamá, navidad, etc.), o en la polera de Greenpeace que ahora venden en Falabella y con la cual pretendemos salvar a las ballenas, ¿le parece bueno?, ¿le parece justo?

Aquí es donde ocupo la silogística y digo:

si Arturito, en su manera de ser bueno, es un idiota; y si nosotros, en nuestra manera de ser buenos, somos como Arturito; luego…

De más esta decir que cuando digo “somos” también me incluyo, pero si usted, tras leer este texto, se siente profundamente violentado porque insinué que era un idiota, pero mas aun, usted cree no serlo, puede hacer su comentario en: http://el-esquizoide.blogspot.com, puede escribir un articulo para la próxima edición, puede ponerse de acuerdo con otros y lincharme públicamente o puede comentarle a sus compañeros que yo soy el idiota y que la cosa muera ahí, como suelen ser las cosas por estos lados.

Algunos porqués

by Jaime Balladares H.

Aun escribiendo en un pasquín, eso pienso al partir estas líneas. Pensé que a estas alturas estaría viviendo mejor que Don Omar (o es Don Amor?) con mis cadenitas de oro, una guapa modelo a mi lado, un vehículo y una oficina en el 3° piso, pero nada. Las únicas cadenas que tengo son las que llenan mi mails, la palabra modelo sólo la he conocido en estadística, tengo mi bici y las veces que voy al 3° piso es pa pedirle corchetes a alguna secre… que pésimo. En fin, no quiero deprimirlos como ya se me está haciendo costumbre. No quiero escribir de nada en particular, sólo publicaré algunos porqués que me tienen inquieto, no me dejan dormir y necesito respuesta. Si quieren pueden responder a mi mail. Los insultos los marcaré como SPAM.

  1. ¿Por qué la única que me dice “mi amor” es la tía de la cafeta?
  2. ¿Por qué insisto en seguir comprando ahí, si es lejos el lugar más caro de la U?
  3. ¿Por qué cada vez que me corto el dedo, me chupo la sangre creyendo que ésta se reintegrará a mi sistema como si nada hubiera pasado?
  4. ¿Por qué nunca le achunto a la tecla de las tildes?
  5. ¿Por qué si el Centro de Estudiantes de Sociología tiene un presupuesto 4 veces mayor al del CEPS y con cuatro veces menos alumnos que psicología, insiste en robarnos las cosas?
  6. ¿Por qué Donald (el mandamás de los guardias) tiene más poder que Rosso y el Papa juntos?
  7. ¿Por qué si el año pasado mandaba todos los mails con P.S. y me demoraba tiempo pa hacerlo, hoy ya nadie se acuerda?
  8. ¿Por qué me esmero en seguir escribiendo esto, a sabiendas que nunca seré más popular que Anna O?
  9. ¿Por qué cuando escucho música con audifonos, siempre pienso que alguien me va a llamar al celu, cuando en verdad nadie lo hace?
  10. ¿Por qué la única llamada que recibo en semanas en mi celu es de una señorita que dice “si compras tu prepago ahora en Farmacias Ahumada o Salcobrand, recibirás un 30% adicional en tu próxima recarga”?
  11. ¿Por qué después de oír esa llamada insisto en recargar en cualquier kiosko que veo?
  12. ¿Por qué ya no está el kiosko de la señora amable cerca de Construcción Civil?
  13. ¿Por qué la señora del kiosko cerca de la capilla, nunca me oye lo que le pido?
  14. ¿Por qué estoy hablando tanto de kioskos?
  15. ¿Por qué si un día llego a las 8:30am a la U, y veo que todos corren, también me pongo a correr… aunque no tenga clases?
  16. ¿Por qué si Windows Vista es tan malo, y he hablado pestes de él, insisto en seguir ocupándolo?
  17. ¿Por qué después de pagar la U, le doy las gracias al cajero, como si me estuviera haciendo un favor?
  18. ¿Por qué he tenido tantas ganas de pegarle al señor que maneja el carrito de “correspondencia UC” para robarle su autito e irme en él a mi casa?
  19. ¿Por qué cuando voy a buscar mi control en las carpetas, sigo buscando más controles, después de haber encontrado el mío y por qué insisto en decir “es que ando buscando el de un(a) amigo(a)” cuando es mentira?
  20. ¿Por qué cuando uno estudia en cualquier lado, siente que todos los demás son nerd, menos uno mismo?
  21. ¿Por qué cuando el metro se detiene, el conductor dice “el metro se está deteniendo más del tiempo programado”… como si uno no se diera cuenta de eso?
  22. ¿Por qué el tipo de las fotocopias que está entre la FEUC y la cafeta… es tan psicótico?
  23. ¿Por qué los ayudantes insisten en decir “con que se hayan leído los textos y hayan venido a clases, es suficiente para la prueba”, como si eso me dejara tranquilo?
  24. ¿Por qué siento que la Normi y la Ceci saben de psicología más que yo?
  25. ¿Por qué Alvarito se hizo ese corte de pelo, es parte de una nueva tribu pelolais?
  26. ¿Por qué si tengo tantas ganas de dormir sigo escribiendo esto?
  27. ¿Por qué sentía que si llegaba a 30 sería feliz, y sigo siendo tan infeliz como al comienzo?
  28. ¿Por qué la Pérgola se llama la Pérgola y por qué tienen dos cajas y por qué siento que la señora siempre tiene ganas de pegarme?
  29. ¿Por qué insisto en esperar la micro 210 afuera de San Joaquín, cuando sé que probablemente nunca pasará?
  30. ¿Por qué cuando digo que las salas N son de Psicología, todo el mundo se ríe de mí?
  31. ¿Por qué la cafeta es “oral”…eventualmente podría ser fálica o anal?
  32. ¿Por qué si Pilatos fue Poncio, los demás no fueron Emo?
  33. ¿Por qué Roberto González no hace sus encuestas como “El Encuestador del Club de la Comedia"?

El Cliché y la Paja Mental

por Rodrigo Farías

Hace poco, un malentendido me introdujo en una conversación relativa al común prejuicio de pensar al psicoanálisis como “paja mental”. Lo que me sorprendió de dicho prejuicio no fue su mera presencia, sino la argumentación de mi interlocutor para desecharlo inmediatamente. Ésta se componía de tres puntos que siguieron a la negación del psicoanálisis como paja mental. En orden de aparición, estos fueron: a) el psicoanálisis no es (una) filosofía; b) es un discurso que se funda en la experiencia y en la clínica; y c) es inútil hacer psicoanálisis en base a meras lecturas y teorizaciones, pues son esenciales a éste instancias anexas como la supervisión, la clínica, etc.

Hasta acá, nada nuevo. La premisa argumentada es un cliché, y el lector probablemente ha escuchado los puntos que las sustentan de más de un profesor, aunque ahora repetidos por un alumno. Pero he ahí lo interesante y el origen de esta reflexión. Para explicar esto tratemos de entender diferentes tipos de lugares comunes –casi cual speech acts estéticos–, y distingamos cliché de frase hecha, en busca de su eventual valor. El cliché es indudablemente un atajo intelectual, una experiencia repetida una y otra vez que aun así posee cierto estatuto de verdad, y que por ende puede iluminar. Al contrario, la frase hecha funciona como cliché negado ya de su potencial iluminador, privado de su posible verdad; es completa derrota del pensamiento, o irónicamente, paja mental. La diferencia entre cliché y frase hecha radica en aquello que nosotros hacemos con ellos, es decir, en el lugar que les asignamos dentro de una argumentación. Lo ideal entonces sería pensar y cuestionar al cliché, develar su verdad, y escapar de la frase hecha. Si a esto sumamos que en nuestra carrera el cliché se ve muchas veces desarrollado en cadenas enteras de frases hechas, no es sorpresa que la argumentación detrás de la idea de que “el psicoanálisis no es paja mental” fuera una frase hecha en la medida en que no se mostró como apropiación reflexiva, sino sólo como pronunciación mecanizada de puntos preestablecidos. Así, no es el cliché mismo el que me llamó la atención, sino el hecho de que éste haya sido desarrollado casi de memoria, y con la completa convicción de constituir una argumentación personal, racional y crítica.

Por supuesto, el proyecto por que cada idea que enunciemos sea completamente original es irrealizable, pero esto no quiere decir que no podamos someter ciertos juicios a un mínimo de racionalidad y análisis crítico, especialmente si estos tratan con temas con los que nos sentimos personal e intelectualmente involucrados. El problema no es la pretensión de originalidad que uno quiera arrogarse, sino asumir que es estructural y estéticamente imposible no vivir en el cliché, pero que esto no implica necesariamente vivir de la frase hecha, pues es al primero al que podemos problematizar aunque sea para confirmarlo.

Una ética (y una estética) del cliché implica reconocer no sólo que ya todo haya sido dicho y sea un cliché, sino que en vistas a eso el paso siguiente es negarse a permitir que otros determinen mis opiniones, en pos de la idea subjetivista y probablemente ilusoria de que “yo soy dueño de mis pensamientos”. ¿Pues importa acá el tema de la disolución del sujeto en un mundo de sentido y lenguaje que lo anteceda y lo rebase? ¿Importa acaso si me miento y creo que realmente tengo algo propio que decir? El que un argumento antihumanista pueda demostrar que el sujeto no sea el origen de sus propias ideas, no tiene mayor relación con la experiencia fenomenológica del análisis crítico, ni significa que el sujeto deba ser un mero receptáculo pasivo y acrítico de pensamientos ajenos… por lo menos para aquellos a quienes nos interesa genuinamente mantener que nuestras opiniones son nuestras y no procedentes de nuestra pareja, del profesor idolatrado, o del noticiero de la mañana.

Freud: La clínica es el comodín

Alienación psicosocial v/s la situación terapéutica

Alienación psicosocial v/s la situación terapéutica como una instancia para cortarla con la weaita y no seguir fomentando la tontera

por Víctor Hugo Frigerio

En el presente artículo se aprecian algunos aspectos psicosociales los cuales son precisamente, el “caldo de cultivo” de las diversas psicopatologías las cuales nosotros artificialmente abordamos con el paciente a puerta cerrada. Y digo artificialmente, al considerar que aquel sufrimiento psicológico en mayor o menor medida, también está conectado con un medio ambiente psicosocial y un imaginario colectivo que actúa de forma determinante en la facilitación del dolor psíquico. Desconocer y no reflexionar en nuestro quehacer clínico respecto de esta “otra cara de la moneda”, es cometer un error semejante al que tradicionalmente perduró hasta hace no mucho en la concepción occidental de la mente y el cuerpo en forma alienada, desconociendo el isomorfismo psicofisiológico que actualmente se reconoce.

El ambiente en que se expresa la interacción de las condiciones que predisponen y los factores desencadenantes es determinante en el tipo y curso del trastorno que aparece. La fragilidad de la familia y las redes de apoyo primario, la marginación social y el rechazo hacia el perturbado mental, las políticas sociales que no los incorporan adecuadamente como uno de los grupo de la población más vulnerables, los servicios especializados insuficientes, son factores que contribuyen significativamente al aumento en la prevalencia de los problemas de salud mental en la población y evidencian la asociación entre patología psiquiátrica y empobrecimiento.

En relación a lo recién expuesto, emerge como casi obvio que la influencia del sistema de vida que todos hemos colaborado en construir sea el “causante” fundamental de las problemáticas que aquejan a nuestra sociedad, precisamente respecto de los negativos índices de salud mental. R. D. Laing, en este mismo sentido, señala que los hombres pueden destruir y destruyen la humanidad de otros hombres, y la condición para que se dé dicha posibilidad es que seamos interdependientes. No somos monadas autosuficientes que no producen efecto alguno sobre las otras personas a excepción de nuestros reflejos. Los otros hombres nos influyen o cambian para bien o para mal; como también somos agentes que actuamos sobre los demás afectándoles de distintas maneras. Cada uno de nosotros es el otro para los otros. El hombre sería un agente-paciente que interexperimenta e interactúa con sus compañeros.

Y ciertamente el sistema de vida que hemos co construido, tiene bastante que ver con el modelo capitalista. Al respecto, Karen Horney ha mostrado con gran fuerza que generalmente, el individuo occidental, aprende en la familia los valores cristianos tradicionales de abnegación, altruismo y de entrega a los otros para verse arrojado después a un mundo competitivo en el que hay que pelear, luchar y no pensar sino en si mismo; hay un “retraso cultural” de los familiares respecto de los valores económicos que se traduce en un conflicto que desgarra al individuo, por complejos de culpabilidad y por un clima permanente de ansiedad. La ansiedad también estaría determinada por los progresos cada vez más rápidos tanto de las técnicas de la productividad y del maquinismo, como de las técnicas de racionalización en la mayoría de las situaciones laborales. El trabajo se convierte cada vez más en parcelario de tal manera que priva al trabajador de toda satisfacción. Es al mismo tiempo cada vez más mecánico, con los progresos de la automatización, lo cual elimina sin duda la fatiga de los músculos, pero la remplaza por la fatiga de “los nervios”.

Es así como culturalmente hemos ido atribuyéndole el máximo valor posible, al esfuerzo individual, al ideal de la productividad y de la mejora del estatuto social que, a través de un sistema de normas de conducta, constriñen a los miembros de nuestra sociedad y orientan sus actitudes. Para limitarnos a un solo ejemplo, Karen Horney ha mostrado, a propósito de las neurosis de nuestro tiempo, la vinculación de éstas con los ideales y las normas del capitalismo competitivo: “Entre los factores que, en la civilización occidental, engendran una hostilidad virtual, el primero es sin duda el hecho de que esta cultura reposa sobre la competición individual. El principio económico de la competición afecta a las relaciones humanas, obligando al individuo a luchar contra otros, incitándoles a superarles haciendo de la ventaja de uno, el perjuicio del otro. Como sabemos, la competición domina no solo nuestras relaciones en los medios profesionales, sino que invade nuestras relaciones sociales también, nuestras amistades, nuestras relaciones sexuales y las relaciones dentro de la familia, llevando así a todas las relaciones humanas, gérmenes de rivalidad destructora, de desprecio, de sospecha y de celos”.

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La formación de psicólogos y la pérdida del sentido común

Cloé V.

En la última clase de Personalidad que tuve con Mauricio García, allá por el 2005, éste cerró el curso con una especie de parábola. Nos dijo que la formación del psicólogo era similar al camino del samurái. El samurái debe estudiar arduamente las técnicas de su arte. Una vez termina su entrenamiento, el samurái debe alejarse por un año y olvidarse de lo que es ser un samurái. Debe irse a arar la tierra, a conducir un bote o a cortar la leña. Sólo cuando se haya olvidado de como ser samurái es cuando recién puede ser un samurái.

Ahora que estoy en el último año de la carrera puedo aventurarme en una interpretación de esta enigmática compararción. Lo que plantearé aquí es que la formación de psicólogos (a lo que llamaré el «dispositivo formativo») es esencialmente un dispositivo de la pérdida del sentido común. Si bien esto se aplica especialmente a la formación de terapeutas, creo que podría aplicarse también a otras áreas de la psicología e incluso de la formación universitaria en general. Sin embargo, tales extrapolaciones deben ser investigadas.

En una clase de Fundamentos de Psicoterapia, la profesora preguntó cuáles eran nuestros miedos como futuros terapeutas. Una compañera contestó: "Caer en el sentido común". ¿Cuántas veces hemos criticado a esos psicólogos de la tele o de la columna del diario que dan las típicas respuestas de sentido común? Hasta nuestros padres y conocidos nos han dicho alguna vez: "No necesito estudiar psicología para saber esas cosas". Y nosotros nos emepeñamos en demostrarles (aunque con el tiempo sólo "creerlo" para nosotros) que la psicología es mucho más que los típicos consejos del sentido común.

Lo interesante del asunto es que la profesora de Fundamentos le respondió a mi compañera: "¿Y qué te hace pensar que el sentido común es malo?" Porque más allá de todo el tiempo que llevamos criticando a esos psicólogos del "Buenas Tardes Eli" de pronto nos damos cuenta que efectivamente el sentido común es algo que falta en la práctica psicoterapéutica. Es algo que se echa de menos. Parece que nuestros profundos planteamientos epistemológicos y la asimilación de las más oscuras metáforas freudianas nos van oscureciendo el campo de lo obvio. A tal punto que entre los alumnos que van a ingresar a su práctica las preguntas más corrientes son del tipo: "¿Y al paciente lo saludo con la mano o de beso?"

Esta problemática no es para nada nueva. Una analista ya clásica como Paula Heiman dedicó algunos de sus artículos a este asunto. En uno de ellos, titulado "Sobre la necesidad de que el analista sea natural con su paciente", se cuenta el caso de un analista principiante que recibe a un paciente que venía mojadísimo un día de tormenta. Por miedo a romper el encuadre analítico, el analista no se atrevió a ofrecerle al paciente algo con qué secarse... ¡y ni hablar de la tacita de café! Conductas como estas son las que Heiman discutía: ¿acaso no es obvio que si recibimos a un paciente en esas condiciones tenemos que ofrecerle algo al paciente? ¿O se nos olvida que el paciente es una persona?

Un caso más cercano: en clases de Técnicas de Psicodiagnóstico la profesora cuenta una ocasión en que una paciente llamó para cancelar su sesión porque tenía otra asunto que calzaba con parte de la hora de terapia. Y nuestra profesora tuvo la inocente idea de decirle que viniera igual y que por último llegara tarde a su cita. ¡Terror! Cuando se percató de lo que había hecho, nuestra profesora tuvo que correr a supervisarse. Lo relató casi como si hubiese profanado el nombre de Freud.

A medida en que avanzamos en la carrera la formación psicológica nos va volviendo cada vez más insensibles al sentido común. De pronto haría bien recordar esa sentencia de Freud de que a veces un puro es sólo un puro. Este formato de enseñanza/aprendizaje que recibimos en la carrera, que yo llamo el «dispositivo formativo», lentamente nos va permitiendo ver cosas que antes no veíamos pero, he aquí mi punto, nos va impidiendo ver cosas que antes sí veíamos. Me recuerda a lo que me decía un amigo el otro día sobre la diferencia entre una idea y una ideología: las personas son las que tienen ideas, pero las ideologías son las que tienen a las personas.

Pero ¿cómo reconocemos «dispositivo formativo» en la vida cotidiana? Aquí presento su modus operandi, basándome en un caso real ocurrido durante una clase de Psicodiagnóstico Clínico: La profesora nos cuenta el caso de una paciente que robaba dinero de las carteras de las personas que visitaban su casa cuando ellas estaban distraídas. La paciente no era cleptómana y ejecutaba esta conducta sólo en su casa y sólo con las visitas. Entonces la profesora pregunta: "¿Cómo podemos comprender esta conducta desde un punto de vista psicodinámico? ¿Qué representa el dinero en el inconsciente de la paciente?" Se comienzan a levantar las manos de los alumnos. El dinero es lo sucio. Sí, correcto, ¿pero qué es lo sucio? ¡Las heces!, dice alguien por ahí. Sí, las heces. Y las heces, ¿tienen forma de...? Se escuchan murmullos. La profesora dice: "Las heces tienen forma alargada y podrían ser como..." ¿Un pene?, dice una voz incrédula. Sí, un pene, lo fálico. ¿Y qué es lo fálico en la teoría psicoanalítica? ¡Pues lo valioso! ¡El falo es lo valioso!

A ver, repasemos un poco este argumento para entenderlo mejor. Según la profesora: dinero = suciedad = heces = falo = valioso. Pero sucede que si simplificamos esta profunda y psicoanalíticamente correcta ecuación nos quedamos con que dinero = [suciedad = heces = falo] = valioso. ¡Dinero = valioso! Si a alguien no le ha quedado claro aún, a continuación un diagrama:

Dinero = suciedad = heces = falo = valioso

¿Cómo no se va a justificar la crítica de nuestros amigos? ¡Yo no necesito estudiar psicología 5 años para saber que el dinero es valioso! Recuerdo que en una clase Coloma dijo que éramos esclavos de nuestro conocimiento. Tomen como ejemplo a mi hermana que estudia gastronomía. Cuando estaba en el colegio, cualquier comida que le pusieran era rica y listo. Ahora es capaz de notar hasta el más pequeño detalle en la cocción, en los ingredientes, en que le faltó aquello o le sobró esto otro. Y yo a veces pienso que mejor sería que no supiera nada y nos dejara comer tranquilos.

Menos mal hay autores como Heiman que se han señalado este asunto. Similar es el caso de Cecchin, Lane y Ray (2002) que en su texto Irreverencia enfatizan la importancia de que el terapeuta sea irreverente respecto de su propio marco de referencia. Si bien la teoría es útil, más útil es saber cuando ésta se ha quedado corta, cuando es momento de desechar nuestras hipótesis y aventurarse por otra cosa. Pero en algo estarían de acuerdo con García, y es que uno no puede ser irreverente con algo que no conoce. No se trata de ir a quemar las fotocopias (aunque Didier pudiera prenderse con la idea), sino más bien leerlas, aprenderlas, asimilarlas... y ocuparlas cuando sea necesario.

The Chimney Sweeping

¡Dígame licenciada!
(O sobre cómo aprobar el examen y no desestructurarse en el intento)

Y sí, llegó en Enero el plazo fatal. Más de veinte ramos y una buena cuota de ansiedad eran los requisitos para dar el examen. Llenos de conceptos (algunos más dudosos que otros) de cursos pasados antaño; algunos que eran un cúmulo de lugares comunes plagados de buenas intenciones; otros que nos muestran cuán estúpidos somos; y los infaltables en que aprendimos que nuestras pifias son estructurales, dando así la fantástica excusa para no hacer nada al respecto. Fumándome hasta los dedos y recordándome entre aspiradas que si la violación es inminente, no hay más que relajarse y disfrutar, entré al calvario del examen, ante la promesa de la más absoluta embriaguez aquella misma tarde.

Es que la situación era desesperada. Casi un mes de estudio, en que nada de nada (piénsese lo que se quiera; total, nada es nada), hacía que uno admirase a esos pobres y superyoicos seres que se sumergen durante seis meses en los códigos penales, civiles y demases, para aprobar su propio examen. Se trataba de rumas y rumas de resúmenes que clamaban gimientes ser estudiados a la brevedad. Y cuando ya el complejo de castración se confundía con la desesperanza aprendida y el sueño REM parecía más una fábula kleiniana que una etapa del buen dormir, no quedaba más que caer presa del delirio y tal vez volverse un Schreber, a menor escala y con zapatos coquetos. Juro que la tentación de ver elefantes rosados con alitas cupidezcas, nunca fue tan grande. De hecho, cuentan las malas lenguas sobre quien, preso de un estado delirante, se arrojó a las calles gritando que se le había aparecido el mismísimo Coloma, revelándole que el falo está cerca. Otros aseguran haberse angustiado fantaseando que el pecho malo de Bernardita los devoraría al momento del examen. Y otros, aterrados hasta la locura por ver los penes-voladores-de-mamá-introyectados-en-la-vagina-interna-dentada-de-la-tía-Cucha, optaron por huir despavoridos e internarse en el exclusivo resort de La Paz (el electroshock se paga por separado). El resto de nosotros, pobres pero estructurados mortales, fuimos capaces de soportar, estoicos, los embates y vicisitudes del horroroso examencillo, sin que se nos notara mucho ni lo esquizoparanoide, ni lo tarados (porque hay que decirlo, estábamos todos en gran detrimento de nuestras facultades mentales).

Hoy, la proeza ya está realizada. Y si bien, todos son generales después de la guerra, hemos de admitir que prácticamente nos hicieron parir, sin anestesia ni consideraciones, aquel caluroso día de Enero. Porque no se trató sólo de eso, es que más allá de las preguntas insólitas (poco faltó para preguntar la marca de los calzoncillos de tío Piaget o el nombre del osito regalón de tío Winni-the-Pooh), más allá de lo cuestionable que pueda ser el examen (después de todo, ¿no aprobamos ya una vez todos aquellos ramos que majaderamente volvieron a preguntar?1), más allá de lo homérica que fue la tarea y de lo transatlánticas que hubieron de ser las defensas maníacas para soportar tanto circo; más allá de todo eso, damas y caballeros, se trató nada más ni nada menos, que de un experimento (bastante perversillo) de tío Armijo & boys para medir la tolerancia a la frustración de nosotros, ingenuos y zarrapastrosos estudiantes… Claro, todo es un complot, todo es una farsa para que pensemos que ahora sabemos más, todo es un engaño del gran Otro. ¡El falo está cerca, señores, está cerca!


1 Porque o una de dos, o el haber aprobado significa algo y nos dejan tranquilos, o no significa nada y, por lo tanto, pasar los ramos no es más que un trámite burocrático.

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