octubre 01, 2007

Freud y la Puntuación Hermenéutica

por Rodrigo Farías

En Presencias Reales, George Steiner plantea que las principales tradiciones hermenéuticas occidentales pueden necesitar intentos por una finalidad acordada a la lectura -y al comentario- interminable. Existe la posibilidad de que la infinita proliferación de lo secundario ahogue al texto primario, y es ahí que dichas tradiciones proclaman límites formales al posible despliegue de la inventiva interpretativa, es decir, lo que Steiner llama una “puntuación hermenéutica”. ¿Pero que pasa con el psicoanálisis? Primero, lo entendemos como la exégesis del texto freudiano, la exploración continua de sus posibilidades ocultas y sus verdades no develadas, o como menciona el argentino Mauro Vallejo en Incidencias en el Psicoanálisis de la Obra de Michel Foucault, aquel discurso “motorizado en el infinito comentario del texto freudiano (y que lo) establece como palabra primera”. La pregunta es, entonces, ¿cómo contener el comentario del comentario, a falta de una gran Summa Psicoanalítica? O en otras palabras, ¿cómo saber qué es la verdad en psicoanálisis, y qué es mera herejía? La respuesta primera, por supuesto, es que en psicoanálisis no existe la verdad, sino que la disciplina es, ella misma, un tipo de búsqueda por la verdad, o incluso de cuestionamiento de los discursos que la predican; mas un intento crítico de respuesta, aunque erróneo, es siempre superior a la mera complacencia.

La idea recién expuesta no implica que el psicoanálisis sea la mera repetición de lo ya dicho, sino el descubrimiento de lo escondido, la continua formalización de lo informe. De no ser así, ¿podríamos efectivamente señalar que 70 años de psicoanálisis después de Freud (y he ahí el tema real del presente ensayo, intentar concebir reglas de producción de un “después de Freud”) son meras repeticiones de la palabra originaria? Claramente no. La repetición implica pasividad, recepción y recitación monástica; el comentario, en cambio, búsqueda y entusiasmo escolástico; mas específicamente, el comentario es la novedad de la repetición. El problema es el rol de Freud no tanto como creador de un discurso cerrado en si mismo, sino de los márgenes y de lo permitido de dicho discurso, de manera que la dispersión del comentario nunca atente contra el acto inicial. La función de Freud no es la de cualquier creador dentro de la historia de su creación; sino la de garante último de legalidad.

Para Vallejo, cualquier premisa psicoanalítica que aspire a ascender al status de verdad psicoanalítica, debe remitirse, en última instancia, a Freud. El modelo paradigmático aquí es Lacan, quien no solo dice “El psicoanálisis es Freud. Si se quiere hacer psicoanálisis, hay que referirse a Freud, en sus términos, en sus definiciones, leídas e interpretadas en su sentido literal”, sino que mantiene una actitud de lo ya allí, de que él sólo devela lo oculto en Freud. La realidad, aquel referente externo al texto freudiano, se convierte en un problema debido a que la última palabra, la ultima sanción de rectitud, no es aquella presencia –mas que la realidad ¿aquella tierra prometida llamada “la clínica”, tal vez?- sino el texto mismo, continuamente revivido en su letra. Así, la exégesis atenta y detallada de aquel que develó la verdad pulsional permite validar al maniqueísmo naturalista de Klein, al Freud normalizante y pedagogo de la self psychology, y al Freud lector de Hegel, Nietzsche y Saussure de Lacan. Sólo queda el intento tautológico de que Freud mismo sea el arbitro final para la autenticidad de psicoanálisis.

Nos encontramos, entonces, con el problema de conciliar la proclama freudiana por una continua investigación analítica, incluso experimental (motivo que, entre otros, lo llevó a analogar a su nueva ciencia con la física y la química) con su estricta actitud frente a lo que se decía bajo el nombre de “psicoanálisis”. Pues Freud no sólo era el amo absoluto de su feudo, él lo sabía; tenía sus discípulos atentos y respetuosos, su iglesia propia y la capacidad de excomulgar (pensemos en Ferenczi cuestionando el carácter fantasioso de los relatos de abuso supuestamente dados por histéricas a Freud, en su consiguiente alejamiento del grupo y en la acusación hecha por Jones de las fantasías del disidente de asesinar a Freud). Es en esta construcción de las formalidades básicas de la institución –no sólo del discurso- en la que se convertiría el psicoanálisis, que Freud se puso como centro legislador de todo aquello que apelara a analítico. El problema: Freud, que para algunos teorizó científicamente -y para siempre- acerca del artificio que es la conciencia transparente a si misma de la modernidad, paradójicamente actuaba en su disciplina como el capitán de su barco, mientras negaba dicho ideal como una mera ficción narcisista. Así, el último humano narcisista daba la última estocada al narcisismo humano.

De esta forma, la actitud vigilante tras la continua objetivación del psicoanálisis como disciplina espejo de una realidad ahora innegable, el Inconsciente (de manera que Freud pareciera seguir al psicoanálisis y no al revés), la vemos en un ejemplo dado por Paul-Laurent Assoun en Freud, la Filosofía y los Filósofos: frente al rechazo de Freud hacia algunos desarrollos de Adler debido a su carácter aparentemente especulativo, el primero dice: “la teoría de Adler era desde el principio un sistema, cosa que el psicoanálisis evita cuidadosamente ser”. Muchas ideas son objetables a ésta última frase (y Assoun llega a la condescendencia en su intento de no criticar a Freud, aun cuando su propia exposición devela las contradicciones e insuficiencias de sus justificaciones) pero aquí es llamativo que ya en 1914, Freud daba cuenta de la existencia de una entidad llamada psicoanálisis que, a primera vista, no equivale ni coincide con él mismo. Pero sabemos que eso no es así y que al hablar del psicoanálisis como entidad externa a él, Freud negaba su propio estatus -innegable para cualquiera ligeramente familiarizado con los orígenes del discurso analítico- de amo y señor de su creación. Evidentemente, él esperaba que se estableciera esa distinción entre él mismo y aquel discurso -distinción problematizada en este escrito-, pero si ella existiera realmente no se explicaría el rol de Freud en el psicoanálisis, completamente diferente al que tienen otros iniciadores en las respectivas disciplinas que posibilitaron.

Volvamos ahora a la pregunta inicial por la puntuación hermenéutica propia al discurso psicoanalítico. Ya podemos responderla diciendo que es Freud, la unidad hombre-texto, la puntuación hermenéutica de éste. Incluso previo a su muerte, la función más importante de Freud (darle coherencia, unidad y pertenencia a lo que en nombre de su disciplina se escribía) fue introyectada por sus discípulos de manera tal que ya no se necesitara su continua vigilancia y control. Como ha dicho otro autor, este es el doble vínculo del discurso analítico: Freud es su obligatoria condición de posibilidad y al mismo tiempo, de imposibilidad. El psicoanálisis es el discurso que comienza y termina con Freud, él mismo funciona como su puntuación hermenéutica retroactiva y su letra viva es la que dice que esto se aceptará, pero no aquello.

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