junio 01, 2007

La Revolución

Cuando entré a la carrera, proveniente de un ambiente bastante burbújeo – hay que decirlo – al principio, me asusté: “Ohh...” se decía el pacato novato de aquel entonces “acá está lleno de gente de izquierda... ¡qué susto!”. Pensé que estaba entrando a una suerte de Kremlin, lleno de “comunistas” y gente de ideas revolucionarias. Me habían contado el cuento que son personajes terribles, comeguaguas y violamonjas; que quieren que todo sea de todos y que sólo piensan en tirar... piedras. Afortunadamente, para mi tranquilidad y enriquecimiento personal, fui conociendo a estos “pensadores críticos” y el susto se fue desvaneciendo. En ningún caso fue por una aproximación al pensamiento revolucionario, ni por la amistad que he trabado con más de algún “compañero”, o por la comprensión de los ideales últimos de la crítica al sistema. Ya no les tengo susto a estos amigos, simplemente porque son revolucionarios de papel. Librepensadores – o quizás, libres de todo pensamiento – cuyas reales aspiraciones van más por una botella tibia de cerveza que por la tan clamada equidad. ¿Cómo querer cambiar el sistema si ni siquiera son capaces de levantarse temprano? (cfr. cualquier pasillo de la Facultad de Cs. Sociales un lunes a las 8:15 am) Las pretensiones, nobles sin duda, no se ven acompañadas más que de una retórica setentera, de navegados desabridos, de pañuelos a cuadros blanquinegros – así como árabes… – y de guitarreos solylluviosos. ¿Dónde está el esfuerzo y trabajo por sacar adelante los ideales? OK, nadie es perfecto ni dueño absoluto de sí mismo como para poder todo lo que se proponga, pero ¡compañero!: si usted quiere revolucionar el sistema, ¡parta por revolucionarse usted mismo! Si la revolución debe oler a “empanadas y vino tinto”, es notorio que la segunda parte la entendió clarito, pero le recuerdo que para la empanada hay que levantarse temprano para amasar, darse la lata de picar la carne y la cebolla y tras varias horas recién degustar.

¿Revolución desde la intelectualidad? Si, lógico, a mí también me gusta leer y dedicarme a hacer como que pienso. Pero, ¿no se da cuenta acaso, estimado compañero, que el sistema ya asimiló que la intelectualidad sea de izquierda? ¡La revolución ya es parte del sistema! Si no se revoluciona a sí misma, la supuesta crítica termina siendo cómplice del sistema tal cual es. Si usted, compañerísimo, quiere ser revolucionario, no estudie sociología: estudie medicina y vaya a meterse a una población a sacarla adelante desde adentro; no estudie psicología comunitaria, estudie ingeniería civil y trabaje en un municipio de escasos recursos. Pero “leyendo” a Lacan, Foucault o Baudrillard no va a dislocar las estructuras de poder. En el mejor de los casos, se va a marear un poquito y va a tener alguien a quien citar en las divagaciones del próximo carrete de jueves en la facultad (cfr. cualquier jueves tipín 19:00 en Sociales o Humanidades, o viernes desde las 16:00).

Sinceramente, todo esto me da un poco de lástima. Pues si bien claramente no comparto ni las ideas de fondo ni las perspectivas, sí valoro la actitud crítica, las ganas de cambiar lo que haya que cambiar – y de conservar lo que merezca ser conservado – y el trabajo duro por los ideales. Da lástima que la única alternativa al sistema esté en manos de esta nivel de abanderados, que – no me extrañaría en absoluto – tal vez terminen vendiéndose al tan vilipendiado sistema (con algo hay que pagar el carrete, ¿no?).

Los ideales se hacen realidad con trabajo duro y constante, sean del color o tendencia que sean. Y la revolución, sea en el sentido que sea, no es un Wild On Lenin! sino la concreción misma de las aspiraciones de un mundo mejor, de un mundo distinto, que sólo se realizan tras esfuerzo y renuncias. Pregúntenle al Ché Guevara, cuando renunciaba a su salario de Presidente del Banco Nacional. Lástima que esas actitudes sean lo que menos se ve por estos lares y tengamos que contentarnos con un marxismo aguado, un posmodernismo de cuarta, sin rigor argumental ni solidez de ideas. Una lástima, porque efectivamente, creo yo, otro mundo sería posible.

Revolucionarios del mundo, ¡revolucionaos vosotros mismos!

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