abril 01, 2007

Más Hamlet, menos Anna O

por Cristian Rodríguez

Me acuerdo que cuando estaba entrando a psicología, un caballero que en ese entonces más que triplicaba mi edad – y que hoy exactamente la triplica – me dio una receta que no he vuelto a escuchar en estas salas de clases: “Psicología… Hmm… estudio del hombre. Hay más de cierto sobre el hombre en cualquier novela de Dostoievsky, en las escenas de Calderón de la Barca, en los Cantares de Ezra Pound, que en varios kilos de manuales de Psicología.” Esta intuición me ha estado retumbando los oídos hasta el día de hoy, convenciéndome cada día más de su certeza. No quiero entrar a polemizar sobre el efectivo “conocimiento de la condición humana” que puede tener la psicología, pero sí poner de manifiesto una alternativa: el arte puede expresar, mediante su propio lenguaje, verdades últimas y trascendentes sobre lo que significa el ser humano. Quizás suene un poco prosaico, parezca broma o tomadura del pelo, pero quisiera ejemplificarlo mediante un breve análisis de una canción que probablemente les suene: la clásica “Cuncuna Amarilla” del nunca bien ponderado grupo Mazapán.

La canción parte describiendo la cotidianeidad de la vida de la cuncuna (“comía pedazos de hoja / tomaba el sol en las copas”, etc.). No obstante, ya se ve un primer quiebre: tiene una atracción con los “bichitos que pueden volar”. Aquí llegamos a un momento clave. Lo mejor de su día (“le gustaba subir a mirar”), es contemplar su propio destino sin tener conciencia de que dentro suyo está presente, aunque sea de modo potencial, la misma capacidad de volar. En definitiva, es la tendencia natural de su propia existencia la que la dirige hacia aquella contemplación. La incompletud e insatisfacción consigo misma, es porque sabe que dentro de sí se esconde algo mucho más pleno (“¿Por qué no seré como ellos? / ¿Por qué me tendré que arrastrar? / Si yo lo que quiero es volar”).

Ahora bien, el texto nos cuenta en la estrofa siguiente que la cotidianeidad establecida en un comienzo se ve fácticamente quebrada (“Un día le pasó algo raro / sentía su cuerpo inflado”), sin saber qué era exactamente eso. Su propia naturaleza la impulsa hacia lo desconocido, que, en este caso particular, toma la forma de un descanso, un paréntesis en su vida (“no tuvo ganas de salir”). Hacer la pausa es condición de posibilidad del cambio de su propia existencia. Nadie puede mejorar dentro del flujo de la vida “caída” de la cotidianeidad, sino que es necesario hacer la pausa y encontrar lo más propio. Pero a la vez, este momento es un momento especial, para lucir la mejor figura (“Se puso camisa de seda”).

Las últimas líneas nos dan un desenlace, literalmente, de cuento. La aspiración más originaria, y sentido último de su propia existencia se ve descubierta ahora en su realidad efectiva. Su plenitud es total, no tiene nada que envidiar a quienes antes admiraba (“Ahora ya puedo volar, como ese lindo zorzal”) y su posición fáctica actual ya no es la de anhelar, sino la de vivir su propia completud natural con la que se identifica plenamente (“Mariposa yo soy, con mis alitas yo me voy”).

Sin pretender ninguna seriedad en el análisis, hemos encontrado más de alguna cosa que nos remite a otras situaciones humanas: la adolescencia, la búsqueda de uno mismo, la renovación espiritual, la afirmación de la identidad, etc. Si una sencilla cancioncita como ésta nos puede revelar aspectos profundos y dramas humanos, imaginemos qué podríamos encontrar en las obras maestras del arte, la literatura, el cine, etc. Me parece que le sigo creyendo a este noble caballero, que siempre me instigó a invertir mi tiempo leyendo más poemas que papers, más novelas que tratados. Más Quijote, menos Freud.

1 comentario:

Anónimo dijo...

me gustaria saber sila persona que escribio este parrafo, vivio alguna vez en viña del mar....

... puede que solo sea un alcance de nombres, pues conosco con a alguien exactamente con el mismo nombre y del cual hace muchos años no tengo noticias....

gracias...