noviembre 01, 2006

“La locura de la Cruz”

Uno de los temas que más conflictos me ha traído, es el hacer de mis estudios un lugar donde puedan confluir muchos de los deseos y convicciones que me fundan. Sin embargo sólo me he encontrado con posibilidades y supuestos, ninguna seguridad, ninguna certeza. San Pablo ya lo insinuó en su Carta a los Corintios: “Sabios, filósofos, teóricos: ¡cómo quedan! ¿Y la sabiduría de este mundo? Dios la dejó como locura” (1 Cor. 1, 20). Mis inquietudes apuntan a compatibilizar ciertos saberes con una verdad que escapa de toda lógica. No se trata de encontrar una teoría solidaria que ajuste sus criterios a los de Dios. En esto radica gran parte de mis problemas: no dejo que Dios sea Dios donde me cuesta, donde me duele y donde menos sé. Esta falta estructuró en mi un estilo de vida que asumí libremente en el momento en que opté por seguir a Cristo, en el instante en que reconocí como tarea la obligación de amar a los otros como él me amó, compartir con otros el regalo de la fe, aquel sello que me diferencia y, a la vez, me asemeja a un Cuerpo inmensamente gratuito.

Tanto en la Psicología como en la Religión existe un afán por buscar responsables, que muchas veces nos supera. Me he dado cuenta que ambas concuerdan en que dicha búsqueda es estéril, que el seguimiento de culpables nos hace menos libres. El imperativo ético de ambas disciplinas nos recuerda que si existe en ello un responsable, ése somos nosotros. Cristo dudó del amor de su Padre antes de morir en la cruz. Tomás introdujo sus manos en las llagas de Jesús y Pedro lo negó tres veces. ¿Por qué yo no podría dudar? ¿Qué pierdo con desafiar a Cristo?

Jesús no nos escribió un testamento para decirnos cuánto nos quería. Asumió el mayor de los desafíos muriendo por nosotros. En esto radica la libertad, en aquella posibilidad de obrar aun cuando creemos que nada es posible. Si estudiamos Psicología validando determinismos, y creemos en un Dios que mueve los hilos de un mundo que gobierna, entonces abandonemos nuestras pretensiones de conocimiento. Dios nos quiere libres e incluso permite que optemos por algo distinto a su Proyecto. Si esto puedo insertarlo dentro de mi práctica como psicólogo, vale la pena preguntarse qué es lo que implica, finalmente, ser católico. Jesús murió por nosotros para que seamos testimonio de una Verdad muy sencilla. Si su Misión me cuestiona e impide ser feliz, más vale ser sincero y decirle que no puedo cargar con el peso de su cruz. Cristo necesita de “hombres” responsables y comprometidos con su Misión apostólica. Él sólo nos quiere felices, nosotros somos quienes nos complicamos y vemos errores donde no los hay.

PD: Nadie dijo que esto sería fácil. Aquí está mi apuesta.

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