mayo 01, 2007

Acerca de Coloma como divulgador

por Burt Pappenheim

La presente es una indagación no solo sobre su estilo, sino que también sobre el lugar de éste dentro del marco referencial más amplio que es la doctrina misma del psicoanálisis, y su traspaso a través de las generaciones. ¿Es el estilo de Coloma como orador, teatral, artificioso e hipnotizador, una expresión coherente de lo que el psicoanálisis necesita para convertir individuos? En pocas palabras, ¿está el mensaje que le compete difundir en buenas manos?

Para un intento de respuesta, consideraremos dos criterios propios característicos (aunque no exclusivos) de aquel discurso que comienza y termina con Freud, criterios que, aunque arbitrarios y puramente pragmáticos, nos ayudarán a alcanzar una conclusión. Acudiremos a dos figuras disímiles pero que nos darán las pautas para un esbozo de juicio, Aristóteles y Elisabeth Roudinesco.

En primer lugar, recordemos la idea aristotélica de que, ya que el tipo de acceso a un objeto depende de la naturaleza de éste, es tan inútil pedirle demostraciones a la retórica, como persuasión a la matemática. La pregunta es, entonces, ¿qué se le puede pedir al psicoanálisis? Ciertamente, no demostraciones (por mucho que algunos iluminados crean que pueden demostrar que existe algo así como el Edipo), pero sí persuasión. ¿Y no es este arte sino persuasión; mistificada, seductora, sospechosa y sospechadora persuasión? Por supuesto, no caigamos en la simplificación de tomar lo dicho como algo negativo, después de todo, las disciplinas que efectivamente pueden “demostrar” algo son cada vez menos (maldito nihilismo posmoderno) por lo que solo queda una persuasión racional, seria, e idealmente basada en eficaces cadenas expositivas y argumentativas. Siendo entonces el problema verdadero si el edificio argumentativo con el que el psicoanálisis se divulga es uno bueno o malo, lo dejaremos entre paréntesis, pues su resolución no representa una necesidad imperiosa.

Ahora, claramente la divulgación de las ideas clásicas del discurso psicoanalítico no es solo escrita, la Palabra también se manifiesta en la predicación oral. En este aspecto específico, el estilo del discurso lacaniano (“discurso” en el sentido más coloquial: hablado, modalidad en donde la retórica puede mostrarse en toda su expresión) puede ser tomado como una continuación del freudiano, y las características de esta manifestación del psicoanálisis pueden verse como características de la misma forma en que estas ideas encuentran continuamente un nuevo huésped.

En esta línea, cuenta Roudinesco que durante los seminarios, Lacan no analizaba, asociaba. Su estilo consistía, entre otras cosas, en divagar alrededor de un tema, bordeándolo eventualmente, y expresando ideas que vagamente se relacionaban con el tema en discusión. Se refería a éste último, por supuesto, pero la misma desconfianza de Lacan hacia el lenguaje y el significado claro (digamos, conciente) le llevaba a buscar otros asideros, otras maneras de hacerse entender, o de confundir. La elección de palabras de Roudinesco es pertinente, y no es necesario recalcar la importancia de conceptos como “análisis” y “asociación” en la disciplina discutida, por lo que el lector ya debe haber notado el fin de la inclusión de esta idea posterior a la mención de una de Aristóteles.

Preguntemos, entonces, ¿es Coloma un buen exponente y divulgador del psicoanálisis? ¿Cumple eficientemente su tarea de presentar una doctrina y esperar que alguna fracción importante del público la encuentre interesante, inteligente o merecedora de reconocimiento? En la medida en que Coloma persuade –no demuestra- y asocia -no analiza-, sí, es un excelente divulgador del psicoanálisis. La Palabra está en buenas manos.

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