mayo 01, 2006

La co-lumna

>Hoy: Pensar-Y-Sentir

¡Adiós Descartes!

Para nadie en esta escuela es ajeno el llamado dualismo cartesiano (y para el que sí, ¡bendito sea!). Pues bien, desde aquella tradición, nos deviene un legado de plomo: que lo cientificista por allá, que lo fenomenológico por acá. Es irónico –por no decir inconsecuente–, que los profesores “se esfuercen” en abogar por la integración de estas perspectivas, cuando en verdad lo único que hacen, es atraer alternativamente nuestra atención a un paradigma u otro (y si no, pregúntenle a nuestra nunca bien ponderada malla curricular).

De una de estas dicotomías es que me propongo hablarles hoy. A mi juicio, de las más cotidianas y, por lo mismo, una de las más invisibles. Me refiero al pensamiento/sentimiento. Pues díganme ustedes: ¿en qué momento éstos, escindieron su ruta común? ¿en qué minuto se institucionalizó el “piensa con la cabeza” y “siente con el corazón”? ¿Que acaso son cosas distintas? ¿Alguien siente-sin-pensar y piensa-sin-sentir?

El muro infranqueable entre ambos, se hace evidente en el lenguaje. Si digo "lo siento", me estoy disculpando. Si digo "lo pienso", seguramente seré halagada por mis tendencias intelectuales.

Todos ovacionan a los "grandes pensadores". Y díganme ustedes, ¿alguien se acuerda de los "grandes sentidores"?. ¡Ni siquiera existe un término para ellos! -que vendríamos siendo todos-. Se dice -no sin desdén- "no caigamos en sentimentalismos", ¿alguien sería despreciado por caer en "pensamentalismos"?. ¡No!, ¡muy por el contrario! Se estimula a pensar y a pensar. Y por lo demás ¡ni siquiera existe tal vocablo peyorativo para el pensamiento!

Es evidente, que el sentimiento ha sido históricamente despreciado y oscurecido. En tal oscuridad, no quedó más que un surgimiento majestuoso del resplandeciente pensamiento.

¿Para qué esforzarnos en escindirlos? La vida es pensar-y-sentir, o más bien, sentir-y-pensar. ¿Para qué dividir esta unidad funcionalmente inseparable?

>El Dato Freak

En 1848, una explosión disparó una varilla de hierro de 6 kg, hacia la mejilla de un trabajador. Atravesó su cerebro y salió por la parte superior de su cráneo. Éste se desplomó al suelo, pero luego se sentó y empezó a hablar. El accidente destruyó una parte de su cerebro dejando un agujero en su cabeza. Vivió 12 años más, pero el accidente había cambiado algo vital: su personalidad. Antes de su accidente, era amable y alegre, un arduo trabajador y un amigo leal. Después de su accidente, se volvió perezoso y pendenciero. Sus amigos decían: "dejó de ser él mismo". Su médico, sospechó que el cambio se debía al daño causado en los lóbulos frontales de su cerebro. Estos están involucrados en la toma de decisiones racional y en la emoción.

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