noviembre 01, 2007

Proyecto de Literatura para Psicólogos

Es una mala costumbre, y aunque ciertamente, estimado lector, cometería un error al inducírsela, confío ciegamente en que la perspicacia que lo define evitará cualquier posible inconveniente. Me refiero, evidentemente, al intento (destinado al fracaso) de emular a personajes de Borges. Lamentablemente, en mi caso el daño está ya hecho, pero el que mi obsesión se transforme en un cautionary tale, más que feliz me haría. Comenzó frente al conocimiento de aquel pueblo en el que sus autores, por cada libro concebido, escriben en su reverso un contralibro; su más completa antítesis. Una subjetividad estructurada en torno a la idea de que (y parafraseo) el mero hecho de nombrar un estado mental importa una falsificación, me sedujo más de lo que puedo explicar, llegando hasta tomarla como mía -y no sin arrogante entusiasmo, debería añadir-.

Pero evitemos divagaciones innecesarias (no debido a que lo sean, sino al contrario, a que todavía quedan muchas más), el resultado de la posición recién expuesta es una fatal tendencia a convertirme -por un tiempo restringido, claro- a cualquier corriente particular que ostente el autor del libro que en ese momento guíe mi pensamiento. De esta manera, he tenido el honor –aunque la mayoría de las veces no el talento- de ver al mundo como --------------, -----------, ------------, y, por supuesto, nietzscheano (aunque, como el lector bien sabe, todos hemos pasado por ahí –y es en caso de no ser así que no podría dejar pasar la oportunidad de recomendarlo-).

Así pues, proclamo impúdicamente mi doctrina de este mes (y es “este mes” porque si nuestra amada escuela no nos ahogara con trabajos en el último cuarto del semestre, probablemente diría “estas semanas”), aprovechando igualmente de hacer una recomendación. Indico además que la razón de ser de este texto será proclamada a continuación, porque entiendo la expectativa del honorable lector, que tan acostumbrado como está al servicial abstract, requiere conocer inmediatamente el sentido de su presente lectura. Es así como me dedicaré, en el próximo párrafo, a hacer ambas la declaración y la recomendación de mi nuevo libro favorito.

Y ya que éste es el antes mencionado como el “próximo párrafo”, ¿qué sería yo sino un vil mentiroso -manipulador, incluso- de no referir efectivamente cuál es aquel libro que justifica su esfuerzo intelectual? Lamentablemente querido lector, aún en el caso de que usted pensara eso, tendré que correr ese riesgo y recordarle que está leyendo un proyecto, no una declaración. Como tal, me temo que el momento de la mención del libro no es el presente. Al contrario, explicaré el proyecto –engorroso problema que hasta ahora he evitado-, con la esperanza de que alguien allí afuera -y conociéndolo, distinguido lector, probablemente sea usted mismo- se acerque con una “¡fascinante idea!”, sólo para darme algún sabio consejo del que de ninguna manera podría prescindir.

El tan mencionado proyecto, entonces, busca analizar tres obras literarias específicas a la luz de teorías psicológicas, todas éstas amparadas bajo tres momentos del mismo problema: la semiosis ilimitada implícita en la concepción del mundo como texto y del texto como mundo (antigua idea pulverizada y convertida en el mismo aire que respiramos). Así, la obra de Sterne: La Vida y Opiniones de Tristram Shandy, Caballero sería analizada a la luz de su principal referente psicológico (y filosófico), la asociación de ideas en Locke -y cómo probablemente insultaría su inteligencia, lector, si mencionara su versión diluida (el condicionamiento clásico), procuraré no hacerlo-; Ulises sería relacionada con la corriente de conciencia en James -aunque probablemente debería leer primero a Joyce, pues no pensará usted que he leído a la mitad de los autores que discuto-; y finalmente, El Péndulo de Foucault, de Eco, a la luz de la asociación libre en Freud –y no necesariamente porque todo lo que hagan Belbo y pandilla pueda ser interpretado como una gran asociación libre disfrazada de ejercicio intelectual-.

Retornaré ahora a la deuda pendiente, para finalizar el presente texto mencionando –y recomendando- aquel libro que ha dado lugar a toda esta reflexión. Es imperioso hacerlo inmediatamente, pues el espacio es limitado (tal como la paciencia del lector) e imposibilita mayores digresiones. Lamentablemente, deberé defraudarlo nuevamente y posponer dicho título para mejor ocasión, pues el espacio disponible (unas pocas palabras) sólo permite el nombre y el año de quien escribe.

Rodrigo Farías 4to Año

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